lunes, 15 de febrero de 2010

"La ficción me hace sentir libre"

Entrevista a Reynaldo Sietecase

El autor, que también es periodista y poeta, regresa con A cuántos hay que matar , novela que hace referencia al caso Blumberg.

Sábado 13 de febrero de 2010 | Publicado en edición impresa 

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"La ficción me hace sentir libre"ENTRE DOS MUNDOS. "La ficción y el periodismo son la Bella y la Bestia", dice Sietecase Foto: SEBASTIÁN SZYD
Por Natalia Blanc
De la Redacción de LA NACION 
La venganza y la justicia por mano propia son los ejes de la trama de A cuántos hay que matar , la segunda novela de Reynaldo Sietecase que acaba de publicar Alfaguara. En este policial con trasfondo social reaparece Mariano Márquez, un abogado penalista con contactos con el hampa que en Un crimen argentino (2002), la anterior novela del autor, asesinaba a un hombre y disolvía el cuerpo en ácido. Esta vez, el personaje es un intermediario entre el protagonista, un empresario cuyo hijo fue secuestrado y asesinado, y un sicario contratado para matar a los responsables de la muerte del joven.
Poeta, escritor y periodista, Sietecase (Rosario, 1961) partió de un caso real para crear una historia con tres niveles de narración: la crónica de la venganza, la trastienda del secuestro y asesinato de Alejandro Bauer, y un diálogo entre un periodista y uno de los acusados, que no quiere salir de la cárcel porque sospecha que lo van a matar.
-Su primera novela y su libro de cuentos, Pendejos, también surgieron a partir de casos policiales. Al ser periodista, ¿le cuesta despegarse de la realidad?
-Yo me nutro de lo que veo, lo que tengo próximo, y a partir de ahí hago ficción que es, para mí, un espacio lúdico. Me descansa de la realidad. Me hace sentir libre, me divierte. El periodismo y la literatura son terrenos bien distintos: el primero tiene un compromiso con los hechos, con la verdad, y la ficción permite inventar, imaginar que todo es posible. Para mí, son como la Bella y la Bestia: a veces los cruzo, pero en general trato de que se mantengan separados.
-¿Por qué eligió el caso Blumberg para desarrollar la trama?
-En realidad, esta novela surgió por un caso de los años setenta. Cuando presenté Un crimen argentino en el interior del país, la gente se acercaba a contarme casos impunes. En Rosario, una persona me contó una historia que me impactó: los culpables de un crimen son asesinados cuando salen en libertad. Siempre se pensó que había sido una venganza del padre, pero nunca se pudo probar. Me gustó la idea, me pareció muy atractiva. Yo venía pensando en el tema de la venganza, que atraviesa la historia de la literatura.
-También está el tema de la justicia por mano propia, en un país en el que muchos piensan que la justicia no funciona o funciona mal.
-Sí, los temas están vinculados. La justicia por mano propia, en general, funciona por una venganza. Yo reivindico que el policial, además de contar una buena historia, tiene la facultad de contar una sociedad. Como debe ser verosímil, permite contar cómo funciona la justicia, la policía, el poder. En este caso, encontré un eje que me fascinó: narrar desde el punto de vista de un preso que no quiere salir de prisión porque sabe que lo pueden matar. Después, durante el proceso de escritura, se me ocurrió que podía tender una tangente hacia un caso fuerte como el de Blumberg. Me pareció interesante pensar qué pasaría si ese hombre que se convirtió en una especie de héroe nacional porque llevó adelante el reclamo contra la inseguridad también tuviera su lado oscuro.
-¿Por qué aparece de nuevo Mariano Márquez?
-Es un personaje fascinante para mí. Muy complejo. Me gusta pensarlo como una especie de Hannibal Lecter porque combina maldad con inteligencia. Nació para Un crimen argentino y no pensaba volver a usarlo. Ahora sí, es probable que lo lleve a otra novela. Tengo muchas ganas de pasar a Márquez de la oscuridad a la luz. Me gustaría tenerlo colaborando con la Justicia, que pase al lado de los buenos, como para cerrar una trilogía.
-En la novela, todos los personajes tienen su lado oscuro, hasta el periodista. ¿Es una excusa para reflexionar sobre la profesión?
-El periodista es la gran sorpresa del libro; resulta clave en la historia. Por un lado, me servía a nivel narrativo porque, para que pudiera hablar el preso, necesitaba un interlocutor. Me puse yo en el rol del periodista y vi que era viable. Si me entero de que un preso no quiere salir de la cárcel, quiero ir a entrevistarlo. Con ese personaje incorporé la primera persona, como Truman Capote en "Féretros tallados a mano". Pensé que esa podía ser una forma de meterme en el libro, de hacer algunas reflexiones sobre el periodismo y el ejercicio de la profesión. No hago quedar bien al personaje; es una pequeña maldad y también, una autocrítica. Creo que estamos haciendo el peor periodismo desde 1983: el menos riguroso, el más pobre.
-¿Cómo fue el proceso de escritura?
-Este libro tiene casi tres años de escritura. En el medio, hice los cuentos de Pendejos . Escribo de noche porque es cuando puedo quitarle la cabeza, las manos y el corazón al periodismo. Tenía clara la historia de la venganza. Me hice una estructura y después apareció lo demás. Tomás Eloy Martínez me dijo alguna vez que esto es como una salchicha: tenés que atar el hilo de la punta y el otro, y después empezar a llenar. O sea, tener una suerte de camino: de principio y de final.
Como lector, ¿qué espera de un autor?
-Soy un lector muy dócil en ese aspecto: si me cuentan una buena historia, si me agarran del cuello y no me sueltan hasta el final, no exijo demasiado. Mis dos novelas tratan de lograr eso, algo que viene del periodismo, donde no tenés muchas oportunidades: no podés dejar que el lector se escape. Es lo mismo que busco cuando voy al teatro y al cine. En el fondo, lo que más me importa es disfrutar de una buena historia. Y mi gran obsesión es contar historias policiales.
-Con seis libros de poemas publicados, ¿qué lugar ocupa hoy la poesía en su vida?
-Hago poesía desde los quince años, mucho antes de imaginar que iba a trabajar como periodista. La poesía es algo que aparece, es inevitable y muy difícil de manejar. Es una necesidad.
Fuente: LA NACION