lunes, 31 de diciembre de 2012

La pluma asesina


REVISTA EL GUARDIAN > TINTA ROJA

TINTA ROJA






El periodista de policiales Vlado Taneski publicaba primicias insuperables en un diario de Macedonia. Nadie sabía tanto como él sobre una serie de crímenes. Pero su secreto era atroz: él era el homicida.

SÁBADO 28.04.2012 - EDICIÓN N ° 61


Escribe Javier Sinay
jsinay@elguardian.com.ar

Hay algo peor para un periodista que faltar a la verdad? Como si la pregunta brincara en su cabeza, Vlado Taneski escribió con vehemencia, poniéndose en riesgo para responder de un modo más o menos decoroso. Su pluma rodó por las páginas de Nova Makedonija, de Vreme, de Spic y de Utrinski Vesnik, entre otros diarios y revistas de la república de Macedonia. Taneski escribía sobre la vida cotidiana de la ciudad de Kiçevo, situada en el medio de las praderas donde alguna vez Aristóteles formuló su Ética. En ese escenario –reducido a un moderno pueblo triste–, el melancólico periodista se convirtió para los medios de Skopie, la capital, en un corresponsal ermitaño pero eficaz. Deportes, política y economía: nada de lo que ocurría en la ciudad le era ajeno. Ni siquiera el crimen –mucho menos, el crimen.

“El cadáver de Ljubica Lichoska fue encontrado en una bolsa de plástico en un basural. La autopsia demostró que se trató de una muerte violenta”, anotó Taneski en la edición del 5 de febrero de 2008 del Utrinski Vesnik. Los forenses señalaron que durante más de dos meses un asesino la había mantenido cautiva. En palabras de Vlado Taneski: una atrocidad. Pero ella no era la primera víctima. En enero de 2005 un chatarrero había encontrado sin vida a otra vieja, Mitra Siljanovska, a la que también habían mantenido cautiva durante dos meses, para luego ahorcarla con un cable. Y a eso había que agregar el caso de Gorica Pavlevska, otra anciana desaparecida en las calles de Kiçevo.

Envuelto en el drama, Vlado Taneski buscaba información en los pasillos policiales y en los tristes hogares de las víctimas, y despachaba sin parar crónicas de sangre y de misterio. Su ciudad estaba finalmente en el centro de la nación y él era el único –o, al menos, el mejor– para contar los hechos de primera mano. De alguna manera, los crímenes le habían dado su revancha a un hombre que después de ser un líder juvenil del comunismo, un incipiente poeta, un editor de Radio Kiçevo y un empleado del diario de mayor tirada, había sido despedido, acusado de plagio y señalado por los vecinos.

Sólo entonces, cuando Taneski pareció volver a vivir, comenzó su ruina. Un nuevo cuerpo, un cuarto cadáver, había sido encontrado. Era el de Zivana Temelkoska, de 65 años, y respondía el mismo patrón de violación, estrangulación y bolsa. Fue entonces cuando el tiempo de Taneski se acabó repentinamente: el 20 de junio de 2008 la policía golpeó su puerta. Los detectives tenían buenas razones para creer que los rastros de sangre hallados en los cadáveres pertenecían a él. Por otro lado, Taneski debía explicar por qué sus artículos contenían datos que sólo podían ser conocidos por el asesino y por la policía… y que la policía nunca había develado.

Y si Vlado Taneski las había matado y luego lo había escrito todo, ¿qué juicio merecía? ¿El de un perverso criminal o el de un periodista polémico? Para los criminalistas, el caso es apenas una anécdota. Y bostezan con el esquematismo de un asesino serial clásico, un tipo de inteligencia superior, conflictuado con su madre, insistente en sus sacrificios, regodeado en el dolor ajeno y acechado por una falta de ideas que el Doctor Lecter consideraría vergonzosa. El nudo de los homicidios, en cambio, está en el debate periodístico.

La ética de un periodista va en terreno gris cuando él mismo es noticia. Pero cada cual tiene su límite y el de Taneski parece haber sido la mentira, como si no hubiera estado dispuesto a engañar a su público… Y no lo engañó: informó, de hecho, que la última víctima había sido estrangulada con el mismo cable con el que sería maniatada. Y es que en este oficio, un pequeño dato puede ser la llave que abre la puerta más grande.

Sin embargo, del affaire Taneski se puede decir más. “Un periodista debe ser veraz y, sobre todo, debe mantenerse ajeno a lo que sucede para transmitir datos que existen fuera de sí y que serían de importancia para los demás”, considera Fernando Sánchez Zinny, un miembro de la Academia Nacional de Periodismo, que le impugna al macedonio su protagonismo. “Lejos de pecar de voyeur, Taneski es un perverso en acción que suministra material para esa suma de novelitas macabras espantaburgueses que constituye la razón de ser de las secciones policiales”. Las primeras formas del periodismo eran doctrinarias, pero Sánchez Zinny también niega que lo de Taneski tenga que ver con aquello. “¿Y si no es periodismo, qué es en realidad lo que ha escrito?”, se pregunta. “Podría tratarse de literatura, quizá como un esbozo del género de ‘memorias’: Taneski, así visto, andaría tras los pasos de Raskolnikov”.

Luego, si la verdad siempre está en juego, también vale la pena preguntarse con qué verdad se debería jugar. En ese sentido, Javier Darío Restrepo, el experto en ética de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), apunta que “al periodista no le basta decir la verdad de los hechos, que tiene un impacto social del que él es responsable. No la dice sólo por decirla, sino con una intencionalidad de beneficio a la sociedad, de ahí que las verdades de Taneski se convierten en trucos truculentos para acceder a la verdad de los hechos”.

Pero ni siquiera Raskolnikov –el desafortunado protagonista de Crimen y castigo, la novela de Fiódor Dostoievski– terminó tan mal como Taneski, que tres días después de ser detenido fue hallado sin vida en su celda, al lado de un balde de agua con el que se había ahogado. ¿Un suicidio? ¿Un nuevo crimen? El misterio nunca se aclaró. La policía dijo que el periodista-monstruo se había sentido humillado ante su comunidad, por lo que había decidido acabar para siempre con sus crímenes… y con sus crónicas.

“Más que un gran periodista, Vlado Taneski es un gran personaje novelesco”, propone ahora Jorge Fernández Díaz, secretario de redacción del diario La Nación y autor de varios libros exitosos (Las mujeres más solas del mundo es el último). “Tal vez era tan buen periodista que no pudo resistir usar sus conocimientos como asesino para darle más fuerza a sus crónicas. De ser así, su vanidad lo traicionó. Es interesante pensar entonces que el periodista le ganó al asesino. Y que resolvió los crímenes que él mismo había cometido. Pero si podemos bromear sobre el asunto es porque Macedonia nos parece un lugar mítico y lejano. Aquí es asesinada una mujer cada treinta horas. Si los asesinatos hubiesen ocurrido en el Tigre o en Lomas de Zamora no nos parecería una historia tan fascinante. Si Vlado fuera mi compañero de redacción no me parecería tan glamoroso. Me parecería simplemente un monstruo y alguien que le hace un daño catastrófico a mi castigado oficio. Dejémoslo lejos, en el terreno resbaloso entre la realidad y la ficción”.

 Fuente:http://elguardian.com.ar/nota/revista/620/la-pluma-asesina

viernes, 28 de diciembre de 2012

Historias a pura sangre


Por Ricardo Ragendorfer

Este libro contiene una recopilación de las notas publicadas por el autor en la sección Cosecha Roja de Caras y Caretas(julio 2005- diciembre 2006) y una recreación de imágenes y dibujos que hacen más impresionante estas historias.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Tipología del lector de policiales en Argentina

Por Mercedes Giuffré


1 Toda obra literaria se completa con la lectura. Por eso, nos preguntamos quién y cómo ha sido el receptor de nuestra literatura policial a lo largo del tiempo. No pretendemos confeccionar un catálogo de obras ni de autores, sino esbozar momentos clave en la evolución de la recepción y, de ese modo, configurar una imagen del lector.

2 Entre julio y agosto de 1877, por ejemplo, Raúl Waleis iniciaba la literatura policial en lengua castellana con la publicación, en el diario La Tribuna de Buenos Aires, de las 22 entregas de La huella del crimen. Waleis, anagrama de Luis V. Varela, era abogado y se declaraba discípulo del francés Émile Gaboriau. Al año siguiente publicó una continuación de la novela, llamada Clemencia. Ambas obras se encuadran en lo que se denominó la variante “judicial” del género, buscan probar una tesis (que siempre acaba en el cuestionamiento de las leyes imperantes), incluyen términos en otras lenguas, neologismos, mencionan las más altas tecnologías forenses y se ambientan en París, aunque hay en ellas una relación especular con el Río de la Plata.

3 ¿Estaban los lectores de ese diario familiarizados con los folletines franceses ? ¿ A quién iba destinada la novela ? ¿ Tuvo Waleis en cuenta a sus interlocutores empíricos ? A partir de entonces, existe, por pequeño que fuere, un conjunto de receptores que accederá también a los trabajos de Eduardo Holmberg, Paul Groussac y Horacio Quiroga, escritores que explorarán las posibilidades narrativas de un género en conformación y sin reglas claras todavía.

4 En los años subsiguientes, se hacen accesibles las traducciones de autores europeos (recordemos que la primera historia de Sherlock Holmes, en su lengua original, es diez años posterior a la de Waleis), conformándose lentamente un sector ávido que lee tanto los folletines locales como las historias que publican las revistas de circulación en quioscos, y se familiariza con diversos tipos de relato policial, en especial el que encontrará una magistral parodia en Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Esto es, la línea clásica, que viene a salvaguardar, en términos del propio Borges, el orden y la simetría. Con ellos, y a partir de la posterior colección que dirigirán ambos para la editorial Emecé, El Séptimo Círculo, lo policial se emparenta con un sector canónico de la literatura. El lector de esta rama del género se sentirá, por así decirlo, a salvo de toda sospecha en cuanto a su “buen gusto” (el mismo nombre de la colección, que remite a la Divina Comedia, prestigia el género y lo equipara con autores consagrados de la talla de Chéjov). Este nuevo lector, que adquirirá sus ejemplares en la librería, se perfila como una persona culta –lo suficientemente instruida para reconocer las mencionadas asociaciones o preocuparse por la “calidad narrativa”–, con un poder adquisitivo medio o alto, que busca en las obras una maestría formal, la combinación original de formulaciones prestablecidas y la perfección del enigma (aunque sin mayor correspondencia con la realidad y mucho menos cuestionando el orden establecido). Es un lector, digamos, que busca entretenerse involucrando su propia capacidad intelectual.

5 El quiosco y la librería se diferencian a partir de entonces como dos espacios de circulación que, en principio, apuntan a públicos diversos, aunque no es descabellado pensar que el amante del género adquiriese en ambos por igual su material de lectura. Proliferan las colecciones que se nutrirán de autores foráneos. Las revistas de interés general destinan una sección para este tipo de literatura y, a veces, escritores locales consagrados por la Academia (tal es el caso de David Viñas que publica en 1953 como Pedro Pago) exploran, amparados por el pseudónimo, las posibilidades de un nuevo discurso volcado hacia la crítica del sistema y con un interés por la cuestión local. En ellas el delincuente mismo es visto como una incógnita social y apuntan, por lo tanto, a lectores con interés por los sucesos policiales argentinos registrados en la prensa. Es decir, un lector que busca en la literatura algo vivo, con claros referentes en la vida cotidiana.

6 El mencionado año de 1953 parece ser un mojón en la evolución de nuestro policial local, porque es también el mismo en que Rodolfo Walsh publica su célebre prólogo a los Diez cuentos policiales argentinos, donde menciona a Borges y Bioy como iniciadores del género –omitiendo a Waleis– y también en el que ven la imprenta sus Variaciones en Rojo. Conviven desde hace tiempo revistas como Evasión y Serie Naranja, la primera en sintonía con El Séptimo Círculo y la segunda como un espacio de difusión de autores más vinculados con los inicios de la novela dura.

7 Nos interesa registrar, por entonces, dos imaginarios con repercusiones en los modos de leer. Porque el lector también se posiciona, elige y se vincula con lo que lee desde el lugar mismo de su adquisición. Cabe preguntarnos, por tanto, si así como existe una sujeción de los autores locales a las convenciones foráneas de escritura, puede decirse algo similar en el plano de la recepción. ¿ Es el lector un traductor de los modelos de lectura importados o espera de los autores nacionales algún tipo de originalidad más allá de las sujeciones ? Creemos lo segundo. De hecho, lo que se encuentra en los libros argentinos es un modo paródico de leer los cánones foráneos. O, incluso, y aquí esbozamos una suerte de respuesta, la necesidad de romper con los moldes predeterminados.

8 Con la publicación de Operación Masacre, Walsh inicia la literatura testimonial que abrirá las puertas a un importante giro literario. A partir de entonces, hay una escritura que se involucra con lo que sucede a nivel político y que requiere de un nuevo lector, comprometido con su tiempo. Las cosas, desde luego, no son fáciles para nadie durante los años duros.

9 Es en la post-dictadura que la Academia revaloriza las producciones de autores como Juan Martini, Osvaldo Soriano o Manuel Puig (quien había reivindicado al folletín y la novela policial de difusión masiva), entre otros, cuyos nombres comenzarán a circular entre los que nacimos en la década del setenta. Nuestro acercamiento a sus producciones será muy distinto del de sus primeros lectores. Se abrirá de este modo la posibilidad de pensar lo policial desde una perspectiva académica y, a la vez, respetuosa de los circuitos populares de circulación y sus modos de leer. Se estudiará en la facultad obras como Manual de Perdedores, de Juan Sasturain o Ni el tiro del final, de Juan Pablo Feinmann, que a la vez que parodian y homenajean al policial negro, establecen un diálogo con la realidad política de las épocas recientes.

10 En los años noventa y la primera década del siglo XXI, es común encontrar en las mesas de novedades de librerías obras de prestigiosos autores argentinos que trabajan con con ingredientes del policial. El discurso de este tipo de obras sirve para cuestionar la etapa menemista y seguir pensando las décadas anteriores. Se establece un diálogo con el lector que es distinto del que generaban los textos de la línea clásica. Aquél es generalmente, un hombre o mujer de mediana situación social, que ha sufrido las sucesivas crisis económicas y busca en la lectura algún tipo de reconocimiento (en el sentido griego del término) y a la vez un refugio, no como mera evasión sino como espacio de contención.

11 En la actualidad el discurso policial asiste, como la literatura en general, a la mezcla de géneros. Consultamos a varios lectores acerca de por qué siguen apostando por este tipo de lectura y casi todos mencionaron la palabra “desafío” en su respuesta. Sin embargo, es evidente que los policiales operan como catarsis de una realidad caótica y angustiante a nivel global (retomando así, paradójicamente, la idea borgeana del vínculo con la tragedia clásica). La dicotomía entre evasión y reflejo del mundo que antes se perfilaba como una oposición parece haber dejado de existir. Un fenómeno como el de la novela escandinava nos servirá de ejemplo : el lector busca con ella entretenerse pero a la vez accede a una descripción minuciosa de la operatividad mundial de mafias y organizaciones del crimen organizado que mueven la droga, el tráfico de personas, etc. El género está prestigiado y eso es un riesgo, pues puede caer en la autocomplacencia de las formas. Sin embargo, la buena noticia es que la mayoría de los escritores en Argentina no sigue el camino de la comodidad, sino que nuestro policial está constantemente en cambio, redefiniendo su discurso y también a sus lectores.

12 Más allá de las estrategias de venta y marketing, del negocio de las editoriales o de la cuestión del mercado, que no siempre pondera la calidad, la novela policial se ha establecido como un espacio de reflexión desprejuiciada sobre nuestra época. Y por ahí pasa el verdadero “desafío” como autores : en saber construir y mantener un colectivo de lectores críticos desde el punto de vista intelectual, social y/o político.

Haut de page
Pour citer cet article

Référence électronique
Mercedes Giuffré, « Tipología del lector de policiales en Argentina », Amerika [En ligne], 7 |  2012, mis en ligne le 20 décembre 2012, Consulté le 24 décembre 2012. URL : http://amerika.revues.org/3417 ; DOI : 10.4000/amerika.3417
Haut de page
Auteur

Mercedes Giuffré
Escritora

Haut de page
Droits d'auteur

© Tous droits réservés
Haut de page
SommaireDocument précédentDocument suivant


viernes, 21 de diciembre de 2012

Ciencia Forense



Los detectives se valen de la lógica y la intuición para resolver casos,pero muchas veces con eso no basta.Necesitan la ayuda de los científicos.Los científicos forenses cuentan con una asombrosa variedad de técnica para descubrir al autor de un delito.
Este libro describe cómo se analizan distintos indicios,desde la sangre hasta las moscas,para detener incluso al más astuto de los delincuentes.
También encontrarás emocionantes relatos en cómic sobre crímenes auténticos,donde verás cómo los científicos han vencido a los criminales una y otra vez.  



jueves, 13 de diciembre de 2012

El Crimen casi perfecto


Por Roberto Arlt

La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El mayor, Juan, permaneció desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señora Stevens se suicidó entre las siete y las diez de la noche) detenido en una comisaría por su participación imprudente en una accidente de tránsito. El segundo hermano, Esteban, se encontraba en el pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente, y, en cuanto al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio de análisis de leche de la Erpa Cía., donde estaba adjunto a la sección de dosificación de mantecas en las cremas.
Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la suicida para festejar su cumpleaños, y ella, a su vez, en ningún momento dejó de traslucir su intención funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las dos de la tarde, los hombres se retiraron.
Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua doméstica que servía hacía muchos años a la señora Stevens. Esta mujer, que dormía afuera del departamento, a las siete de la tarde se retiró a su casa. La última orden que recibió de la señora Stevens fue que le enviara por el portero un diario de la tarde. La criada se marchó; a las siete y diez el portero le entregó a la señora Stevens el diario pedido y el proceso de acción que ésta siguió antes de matarse se presume lógicamente así: la propietaria revisó las adiciones en las libretas donde llevaba anotadas las entradas y salidas de su contabilidad doméstica, porque las libretas se encontraban sobre la mesa del comedor con algunos gastos del día subrayados; luego se sirvió un vaso de agua con whisky, y en esta mezcla arrojó aproximadamente medio gramo de cianuro de potasio. A continuación se puso a leer el diario, bebió el veneno, y al sentirse morir trató de ponerse de pie y cayó sobre la alfombra. El periódico fue hallado entre sus dedos tremendamente contraídos.
Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de cosas ordenadas pacíficamente en el interior del departamento pero, como se puede apreciar, este proceso de suicidio está cargado de absurdos psicológicos. Ninguno de los funcionarios que intervinimos en la investigación podíamos aceptar congruentemente que la señora Stevens se hubiese suicidado.
Sin embargo, únicamente la Stevens podía haber echado el cianuro en el vaso. El whisky no contenía veneno. El agua que se agregó al whisky también era pura. Podía presumirse que el veneno había sido depositado en el fondo o las paredes de la copa, pero el vaso utilizado por la suicida había sido retirado de un anaquel donde se hallaba una docena de vasos del mismo estilo; de manera que el presunto asesino no podía saber si la Stevens iba a utilizar éste o aquél. La oficina policial de química nos informó que ninguno de los vasos contenía veneno adherido a sus paredes.
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las llamaba yo, nos inclinaban a aceptar que la viuda se había quitado la vida por su propia mano, pero la evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico cuando la sorprendió la muerte transformaba en disparatada la prueba mecánica del suicidio.
Tal era la situación técnica del caso cuando yo fui designado por mis superiores para continuar ocupándome de él. En cuanto a los informes de nuestro gabinete de análisis, no cabían dudas.
Únicamente en el vaso, donde la señora Stevens había bebido, se encontraba veneno. El agua y el whisky de las botellas eran completamente inofensivos. Por otra parte, la declaración del portero era terminante; nadie había visitado a la señora Stevens después que él le alcanzó el periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera cerrado el sumario informando de un suicidio comprobado, mis superiores no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo, para mí cerrar el sumario significaba confesarme fracasado. La señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que lo comprobaba: ¿dónde se hallaba el envase que contenía el veneno antes de que ella lo arrojara en su bebida?
Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el sobre o el frasco que contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo.
Además había otro: los hermanos de la muerta eran tres bribones.
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus padres. Actualmente sus medios de vida no eran del todo satisfactorios.
Juan trabajaba como ayudante de un procurador especializado en divorcios. Su conducta resultó más de una vez sospechosa y lindante con la presunción de un chantaje. Esteban era corredor de seguros y había asegurado a su hermana en una gruesa suma a su favor; en cuanto a Pablo, trabajaba de veterinario, pero estaba descalificado por la Justicia e inhabilitado para ejercer su profesión, convicto de haber dopado caballos. Para no morirse de hambre ingresó en la industria lechera, se ocupaba de los análisis.
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a ésta, había enviudado tres veces.
El día del “suicidio” cumplió 68 años; pero era una mujer extraordinariamente conservada, gruesa, robusta, enérgica, con el cabello totalmente renegrido. Podía aspirar a casarse una cuarta vez y manejaba su casa alegremente y con puño duro. Aficionada a los placeres de la mesa, su despensa estaba provista de vinos y comestibles, y no cabe duda de que sin aquel “accidente” la viuda hubiera vivido cien años. Suponer que una mujer de ese carácter era capaz de suicidarse, es desconocer la naturaleza humana. Su muerte beneficiaba a cada uno de los tres hermanos con doscientos treinta mil pesos.
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada por aquélla en las labores groseras de la casa. Ahora estaba prácticamente aterrorizada al verse engranada en un procedimiento judicial.
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que ésta, no pudiendo abrir la puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de acero, llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once de la mañana, como creo haber dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del laboratorio de análisis, a las tres de la tarde abandonaba yo la habitación donde quedaba detenida la sirvienta, con una idea brincando en mi imaginación: ¿y si alguien había entrado en el departamento de la viuda rompiendo un vidrio de la ventana y colocando otro después que volcó el veneno en el vaso? Era una fantasía de novela policial, pero convenía verificar la hipótesis.
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era absolutamente disparatada: la masilla solidificada no revelaba mudanza alguna.
Eché a caminar sin prisa. El “suicidio” de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad) no policialmente, sino deportivamente. 
Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que había utilizado un recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez de aquel vacío.
Absorbido en mis cavilaciones, entré en un café, y tan identificado estaba en mis conjeturas, que yo, que nunca bebo bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un whisky. ¿Cuánto tiempo permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No lo sé; pero de pronto mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y un plato con trozos de hielo. Atónito quedé mirando el conjunto aquel. De pronto una idea alumbró mi curiosidad, llamé al camarero, le pagué la bebida que no había tomado, subí apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos en mi cerebro. Entré en la habitación donde estaba detenida, me senté frente a ella y le dije:
- Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora Stevens, ¿tomaba el whisky con hielo o sin hielo?
-Con hielo, señor.
-¿Dónde compraba el hielo?
- No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos. –
Y la criada casi iluminada prosiguió, a pesar de su estupidez.- Ahora que me acuerdo, la heladera, hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba descompuesta. Él se encargó de arreglarla en un momento.
Una hora después nos encontrábamos en el departamento de la suicida con el químico de nuestra oficina de análisis, el técnico retiró el agua que se encontraba en el depósito congelador de la heladera y varios pancitos de hielo. El químico inició la operación destinada a revelar la presencia del tóxico, y a los pocos minutos pudo manifestarnos: - El agua está envenenada y los panes de este hielo están fabricados con agua envenenada.

Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado. Ahora era un juego reconstruir el crimen. El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera (defecto que localizó el técnico) arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro disuelto. Después, ignorante de lo que aguardaba, la señora Stevens preparó un whisky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo cual explicaba que el plato con hielo disuelto se encontrara sobre la mesa), el cual, al desleírse en el alcohol, lo envenenó poderosamente debido a su alta concentración. Sin imaginarse que la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el periódico, hasta que juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no se hicieron esperar.
No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su casa. Ignoraban dónde se encontraba. Del laboratorio donde trabajaba nos informaron que llegaría a las diez de la noche.
A las once, yo, mi superior y el juez nos presentamos en el laboratorio de la Erpa. El doctor Pablo, en cuanto nos vio comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó inerte junto a la mesa de mármol.
Había muerto de un síncope. En su armario se encontraba un frasco de veneno. Fue el asesino más ingenioso que conocí.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Quién es quién/2


Cuando se detiene a un sospechoso  hay que llevarlo a juicio por el delito,que ha cometido .Los científicos forenses pueden desempeñar un papel importante,pero hay muchas otras personas que participan en un juicio.

El acusado: Es la persona acusada del crimen. En algunos juzgados hay para ellos un  lugar especial llamado el banquillo. En otros, se sientan junto al abogado.

Los abogados: Son los que presentan las pruebas para demostrar que un acusado es culpable o inocente del delito. El que defiende al acusado es el abogado defensor, y el que intenta demostrar su culpa es el fiscal

Los peritos: Son científicos o expertos que han examinado alguna prueba crucial para el caso. En el juicio estos expertos explican al juez y al jurado lo que han descubierto y lo que significa.

El juez de instrucción: si muere una persona en circunstancia sospechosas, se llama al juez de instrucción este juez trabaja con médicos forenses, la policía y los testigos en una investigación que se llama la fase de Instrucción. En ella determinara si ha habido indicios de delito.

El juez: Es la persona a cargo del juicio  Tiene el poder de decidir si las pruebas presentadas son bastante solidas para ser utilizadas. En algunos juicios también es el que decide si el acusado es culpable o inocente.

El jurado: Algunos juicios debe definirlo un jurado de personas que no saben nada sobre el crimen. 
El jurado tiene que considerar las pruebas que se presentan y las declaraciones de los testigos. 
Luego sopesa todos los argumentos y decide si el acusado es culpable o inocente.

Fuente:Ciencia Forense