lunes, 29 de diciembre de 2014

Nunca me faltes

Por Guillermo Anderson 

La Novela “Nunca me faltes” de Ezequiel Dellutri  segunda de la saga del inspector Gillete, la primera  “Todo queda en familia”.

En este libro se afianzan los personajes, la dupla de investigadores el inspector Jeremías Jeremías  y el escritor Simón León, el contexto sigue siendo el conurbano en la ciudad de San Miguel.
La aparición de un cuerpo de una señora desaparecida hace varios años será la punta del ovillo para que esta dupla  de investigadores se reuniera para emprender una nueva aventura.
El entramado nuevamente es familiar, tras una seguidilla de asesinatos, los escenarios son antros, obras en construcción y desarmaderos.
El título hace referencia precisamente a una canción de cumbia, ritmo siempre sonando de fondo como en la rockola de un bar donde conviene andar armado.
La venganza como tema principal, hacen su  aparición nuevos personajes pertenecientes a la familia del inspector Jeremías y las tres hermanas japonesas.La acción de esta novela hace que avance a ritmo vertiginoso casi sin pausas de principio a fin.

Notas de degustación: Se recomienda leer escuchando el disco “Gulp” de Patricio Rey y sus redonditos de Ricota preferentemente en vinilo.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Todo queda en familia


Por Guillermo Anderson 

La novela  negra" Todo queda en familia" de Ezequiel Dellutri, su contexto es la localidad de San Miguel, una serie de asesinatos, muchos enigmas y sospechosos.

La sagacidad y oscuridad del investigador Jeremías Jeremías alias Gillete quien junto con el periodista de revista de sociales a su vez escritor en busca de una novela policial, buscaran resolver esta serie de episodios que arrancan en una plaza cubierta de nieve y con tres cadáveres.
Dellutri trabaja todo el tiempo en dos planos donde cuenta una historia y subyace otra historia en lo subterráneo, aquí  un fragmento de la novela en voz de uno de los personajes: “Los autores de policiales muchas veces juegan a dos puntas: generan una historia paralela para mantener  atrapado al lector. Cuando te enganchaste con la primera, te dejan con la duda y pasan a la segunda. Cuando van a lograr un avance importante, de nuevo vuelven a la primera”
Es un policial negro bien del conurbano y el inspector Gillette un personaje enigmático  busca llegar a la verdad por más de lo que diga la justicia, diferenciándose de la estructura burocrática policial, en un ámbito donde las fronteras entre el bien y el mal se erosionan.
El detective a su vez cuenta con la colaboración gratuita de un periodista amateur que en su torpe búsqueda de un tema para su libro se enreda en situaciones inesperadas y en las que obtiene información de primera mano por su curiosidad.
El título hace referencia al entrelazado conflictivo familiar y como esa serie de asesinatos tiene un patrón común.
La lectura es dinámica, el lector se sumerge en esas historias y se vuelve testigo siguiendo las huellas de los investigadores.

Notas de degustación: Se aconseja leer sentado en un cómodo sillón escuchando de fondo preferentemente un jazz instrumental o un buen blues.


lunes, 24 de noviembre de 2014

Lima. Un Sábado Más


Por Guillermo Anderson 

La novela  negra de Juan Carrá transcurre tal como dice un tango “En el hondo bajofondo donde el barro se subleva”, prostíbulos, gimnasios clandestinos y cárceles.

Está dividida en Rounds, escrita en lenguaje directo, te sube al ring y te da trompadas. El lector esta solo cuando le quitan el banquito parafraseando al boxeador Ringo Bonavena, del epígrafe inicial.
El titulo remite a que las peleas se organizaban los días sábados y allí Lima despliega toda su guapeza soñando con pelear en el Luna Park mientras pelea en un antro de mala muerte.
Durante la  trama se van conociendo los personajes y la historia de cada uno de ellos. Lima es el personaje principal aunque su madre (Tota)y su pareja (La Negra)tienen  un protagonismo destacado.
Con recursos estilísticos Carrá logra que el lector no pueda dejar de leerla, esquivando piñas arrinconado contra las cuerdas tratando de mantenerse en pie y uno hasta siente el olor a amoníaco que usan para despertar a los peleadores.
Hay un crimen en ese entramado de historias y allí la historia avanza a ritmo vertiginoso, para resolver el enigma del culpable del homicidio, la novela mantiene expectante sin saber que va a pasar a continuación.
Finaliza la novela se respira hondo y luego  silbando algún tango arrabalero.

Notas de degustación: Se recomienda leer escuchando “El barrio en los puños” de Las Pastillas del Abuelo y libro con letras de tango al lado.


martes, 18 de noviembre de 2014

Error de Cálculo Por Gastón Intelisano


Una familia aparece asesinada en su propia casa. Hay puñaladas, hay disparos, hay cuerpos carbonizados. La intimidad de un hogar se ha vuelto pública: se ha transformado en una escena del crimen, en el espacio en el que los especialistas que comanda Santiago Soler buscarán huellas, rastros, indicios que permitan configurar quién llevó a cabo el asesinato y cómo lo hizo.
El crimen, sin embargo, no parece simple de resolver: las víctimas no tenían enemigos aparentes, sino, por el contrario, una reputación intachable, el respeto y la consideración de sus allegados. Además, comienzan a sucederse una serie de secuestros relacionados con el caso, lo que hace que la resolución se vuelva urgente, imperiosa, necesaria: los secuestradores se regodean enviando videos snuff en los que se ve con claridad cómo matan a las mujeres que tienen cautivas.

En medio de esta vertiginosa sucesión de acontecimientos, Santiago Soler deberá unir la meticulosidad y la calma de la ciencia forense con la acción de quien no tiene tiempo de medir consecuencias. El análisis de rastros y las autopsias con las persecuciones y los disparos.
El otro extremo de la piel se llevó hacia atrás, como cuando se da vuelta una media, y entonces apareció el cráneo de un blanco amarillento. Luego, encendieron la sierra eléctrica circular, que emitió un sonido mezcla de torno y taladro. Cuando los dientes de la máquina tocaron el hueso craneal, una nube de polvo blanco flotó en el aire de la sala.
Gastón Intelisano, a través Santiago Soler, personaje y álter ego, con la minuciosidad y precisión de las descripciones, con la inquietante acción a cada página, ha inaugurado un nuevo territorio a explorar en el policial argentino: el cuerpo.

Fuente:http://gintelisano.wix.com/gaston-intelisano

sábado, 25 de octubre de 2014

Decálogo de la novela policial, según Raymond Chandler

1. La situación inicial y el desenlace deben tener motivaciones verosímiles.
2. No deben cometerse errores técnicos respecto a los métodos del crimen y de la investigación.
3. Los personajes, el ambiente y la atmósfera deben ser realistas. Hay que referirse a personas reales en un mundo real.
4. Además del elemento de misterio, la intriga debe tener un cierto peso en tanto que argumento.
5. La sencillez fundamental de la estructura debe ser suficiente como para admitir una fácil explicación cuando el momento lo exija.
6. La solución del misterio no debe escapar a un lector razonablemente inteligente.
7. Cuando se revela la solución, esta debe parecer inevitable.
8. La novela policíaca no debe intentar hacerlo todo a la vez. Si se trata de la historia de un enigma que funciona a un nivel mental elevado, no podemos convertirla también en una aventura violenta o apasionada.
9. Es preciso que de una manera u otra, y no necesariamente a través de los tribunales de justicia, el criminal reciba su castigo.
10. Es necesaria una cierta honestidad con el lector. El lector acepta que lo engañen, pero no con una tontería.
Raymond Chandler, Apuntes sobre la novela policial (1949).
 
 
Fuente:http://www.leeryleer.com/decalogo-de-la-novela-policial-segun-raymond-chandler/

martes, 7 de octubre de 2014

Ciclo de lecturas de relatos policiales


Después del éxito del Primer Encuentro Internacional de novela negra "Córdoba Mata" que se realizó en la última Feria del Libro, los invitamos a participar de esta propuesta conjunta con la Editorial y Librería Punto de Encuentro - Córdoba,

Un jueves por mes compartiremos lecturas con autores locales y presentaremos títulos de la Colección Código Negro editada por Punto de Encuentro.

Los esperamos en nuestra librería de Independencia 620 para la primera fecha: Jueves 16 de octubre a las 19.30 hs.


martes, 23 de septiembre de 2014

Córdoba Mata 2014



Por Fernando López

“La novela negro-criminal viene pisando fuerte por el mundo entero. Haciendo ruido, a paso firme. Y por cierto también por los campos fértiles de la República Argentina, con la conciencia de que es el género más adecuado para meterse hasta el hueso en la realidad de una sociedad que transita su etapa de consumismo descarnado y brutal. A pesar de que tenemos un Estado que protege a los excluidos, abunda la corrupción: en la burocracia administrativa, en las provincias, en la justicia, en la policía, y aunque esto no sirva de consuelo, en muchos países del mundo -salvo honrosas excepciones- podemos encontrar corrupción. Sean o no capitalistas en su estadio actual del hiperconsumismo: la hubo en la Rusia soviética, con los burócratas del zar y toda su lacra camuflados en el torrente avasallador de la revolución que no fue; en los países del África explotada por las potencias imperiales y en el resto del mundo, como una marca que no es un defecto a resolver sino una cualidad del Estado moderno, en todos los sistemas políticos conocidos. Para resolver ese y otros temas atinentes, lo único que les queda a esos gobiernos es asumir la responsabilidad de cambiar las reglas de juego, o sea, modificar las leyes y la visión política de la justicia para evitar la impunidad. Mientras tanto, la novela negra y policial, o criminal, como gusta llamarse a sí misma, no deja de arrojar luz sobre las zonas sombrías de su historia.
      Otro tanto ocurre con la terrible xenofobia de las clases media y alta argentinas, que condenan a la exclusión a los diferentes: los gordos, los feos, los gays y lesbianas, los pobres, los pueblos originarios y los inmigrantes. En la Córdoba de la Nueva Andalucía donde vivo, conviven la universidad más antigua de América con familias poderosas que se enriquecieron con el tráfico de esclavos durante la colonia, con el enorme peso de la curia católica y la poderosa música popular de los cuartetos. En los últimos tiempos ocurrieron hechos notables de desprecio en barrios de ricos contra jóvenes de piel morena que tuvieron la mala suerte de transitar en motocicletas por esas calles, y se salvaron, circunstancialmente, de morir linchados. La crueldad que la democracia ayuda a controlar se desató a la primera oportunidad en que se relajaron los frenos inhibitorios. Los hechos que menciono ocurrieron en el mes de diciembre 2013, durante una asonada policial que dejó a la ciudad de Córdoba librada no solo al saqueo, sino a los peores instintos humanos. Tenemos una policía cuyos mandos superiores están inficionados por el narcotráfico a una escala nunca vista. Tenemos fiscales y jueces que no investigan las muertes sospechosas de falsos suicidas, y ensucian las pruebas que deben preservarse para los gabinetes técnicos. Esa misma clase pudiente angurrienta de tierras no trepida en echar las topadoras contra los ranchos de los habitantes originarios que se resisten a vender o simplemente a mudarse a otro sitio. Y tenemos una caterva numerosa de delincuentes de guante blanco, que cómodamente sentados detrás de sus ordenadores, sin arriesgar el cuerpo como los ladrones que salen a asaltar con sus armas, producen enormes desfalcos bancarios en perjuicio de toda la sociedad. En estos días se reveló que solo en Suiza, sin mencionar los paraísos fiscales, hay más de tres mil cuentas de argentinos que se llevaron sus ganancias ilegítimas fuera del país”.
      Todo ese caldo de cultivo propicia una presencia creciente de la novela negra y policial en los estantes de las librerías argentinas. Esas fueron razones poderosas para impulsar e instalar en esta provincia el Primer Encuentro Internacional de literatura negra y policial llamado Córdoba Mata, que contó con la participación de destacados escritores y críticos de nuestro país y de Uruguay, Chile, España, Colombia, Francia e Irlanda. El objetivo fue promover un polo cultural inter-disciplinario que nos identifique como una de las capitales mundiales del género policial. Muchas ciudades en el mundo se identifican y sobresalen como promotoras de actividades culturales que promueven su conocimiento y su identidad. Son famosas las ciudades de Gijón, Barcelona, Valencia, París, Toulousse, Medellín, Buenos Aires, Mar del Plata, entre muchas otras, como sedes de festivales y encuentros anuales de literatura policial. Francia y México se conocen como sedes de varios encuentros y festivales anuales de esta especialidad. Córdoba tiene, además de sus bellezas naturales, una varias veces centenaria tradición cultural que sobresale por sus Universidades, sus teatros, sus museos, artistas plásticos, músicos, escritores y muchos otros animadores culturales. Estamos convencidos de que la instalación de esta actividad en forma periódica permitirá que Córdoba sea identificada como sede de un encuentro que promueve la discusión y difusión de uno de los géneros más populares y celebrados en el mundo. 
      Por cierto que no fue fácil convencer a nadie, como suele ocurrir con los primeros eventos que luego se instalan en el imaginario popular. Finalmente, para realizar este cometido contamos -además de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad que organizó la tradicional Feria del Libro- con los apoyos institucionales de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de Córdoba, el diario La Voz del Interior, el Centro Cultural España-Córdoba, el proyecto internacional Anilla Cultural que es un servicio de tele-conferencias, la Oficina Cultural de la Embajada de España, el Ministerio de Educación y Cultura de Montevideo y el Ministerio de Comunicación Pública y Desarrollo Estratégico del Gobierno de la Provincia de Córdoba. 


Tuvimos el inmenso honor de contar con la presencia de tres generaciones de escritores argentinos: Mempo Giardinelli, Guillermo Orsi, Raúl Argemí, Juan Sasturain, Jorge Felippa, Lucio Yudicello, Daniel Teobaldi, Enrique Aurora, Javier Chiabrando, Horacio Convertini, Esteban Llamosas, Rogelio Demarchi. Y entre los más jóvenes Martín Doria, Ezequiel Dellutri, Juan Carrá, Alejandro Soifer, Kike Ferrari y Gastón Intelisano, unos pocos, entre los numerosos cultores del género que vienen ocupando su lugar. Y también algunas mujeres (Alicia Plante, Mercedes Giuffré, María Inés Krimer y la uruguaya Mercedes Rosende) que aportaron la frescura de una visión diferente al universo criminal. Bartolomé Leal nos trajo noticias de lo que se escribe en Chile y Rodolfo Santullo y Pedro Peña de la novela policial uruguaya. Gustavo Forero Quintero desde Medellín y Néstor Ponce desde Rennes, Francia, estuvieron presentes gracias al servicio de tele-conferencias Anilla Cultural: Forero hablando de los 250.000 desaparecidos en Colombia y su novela sobre el tema, Ponce de los desaparecidos argentinos y su obra. Desde Canarias nos visitó Alexis Ravelo, ganador serial de premios literarios (como Orsi y Convertini) y la voz crítica la asumieron la irlandesa Kate Quinn, Mirian Pino de la UNC y Fabián Mossello de la UNVM. Los tres días en Córdoba fueron extraordinarios: todas las actividades a sala llena y con gente de pie. Después nos fuimos a Mina Clavero, en Traslasierra, a tres horas de viaje por un camino de belleza hipnótica donde expusimos ante lectores locales, y el domingo 14 de setiembre nos despedimos de los autores que pudieron quedarse el fin de semana, con un riquísimo cordero cocinado en horno de barro en las cabañas Altos del algarrobo en Cura Brochero. Dijo el canario Alexis Ravelo en su blog (y lo cito porque resume lo que dijeron TODOS los invitados): “¿El resumen? Una aventura del cariño, pero también de cosas más importantes (si las hay), esa conciencia de que uno no está solo, de que allá donde vaya, en cualquier rincón del mundo, hay personas con quienes comparte intereses, preocupaciones, lecturas y pasiones, de que ahí, en lo más oculto de cada persona, late un hermano o una hermana que no conocías aún y que, al final, acabas encontrándote gracias a almas generosas como nuestro cappo en Córdoba, Fernando López, que se dejan el sueño, el apetito y hasta la salud para lograr que existan cosas tan increíbles como Córdoba Mata, demostrando que la literatura y el pensamiento están vivos y corren libres por entre la ciudadanía, la sociedad civil, ese río que fluye con caudal variable, pero incesante”.
      Este revival del género se debe quizás a que lentamente Argentina ha visto nacer varios encuentros, festivales o foros de discusión y difusión del género negro y policial: el primero fue el Festival Azabache de Mar del Plata en 2011; luego el BAN! (Buenos Aires Negra), el CÓRDOBA MATA en setiembre 2014 y el cuarto en orden de aparición La Chicago argentina de Rosario, en el mes de octubre que se avecina. Estos eventos tienen la particularidad de convocar a públicos muy variados y entusiastas de todas las edades, ávidos de conocer los libros y acercarse a los autores, tomarse fotos, conversar con ellos y salir renovados en el conocimiento de una materia que a todos resulta apasionante. Numerosas cátedras universitarias cobijan a estudiantes que preparan sus tesis sobre novela negra. Se multiplican las colecciones que continúan por la senda abierta por Borges y Bioy con El séptimo círculo y El sol negro de editorial Sudamericana en los años 90, dirigida por Ricardo Piglia (Serie policial de Ediciones del Copista, de comienzos del 2000; Tinta roja de la Eduvim; Código negro de Editorial Punto de Encuentro; Negro absoluto de ediciones Aquilina; Laura Palmer no ha muerto de Gárgola; Extremo negro de la editorial del Nuevo Extremo) y varias más, entre las que quedaron en el camino y las que van apareciendo periódicamente, como las flores en el desierto después de una lluvia.
      Esta primavera negra hace pensar a algunos “entendidos” que puede tratarse de un fenómeno estacional que durará lo que dure el entusiasmo, pero la realidad, esa “realidad” que día a día se complica con la instalación permanente del narcotráfico, la corrupción, el ataque apenas solapado de las corporaciones económicas contra el gobierno democrático de las clases populares, la descarnada obstinación de los llamados “fondos buitres” en dinamitar la economía del país y la guerra de zapa instrumentada a través de los medios de comunicación, nos hacen pensar en lo contrario. Dícese del género negro que produce en el lector la ilusión de restablecer el orden quebrado por las acciones criminales. Al mismo tiempo que entretiene, legítimamente, con sus tramas diseñadas con maestría, ayuda a descubrir en el tejido social las lacras, las perversiones y bajezas propias del humano. E iguala, con su justicia literaria, a todas las clases sociales frente al olfato reparador de los lectores. 
      Hay una gran variedad de estilos y temáticas en el universo creativo del género negro y policial. Novelas de detectives masculinos y femeninos, policiales duros, enigmas históricos, novela negra-negra, parodias de género, tramas con buenas dosis de humor y sexo, escritas con la voz del asesino, de los excluidos, de los testigos, de las víctimas, tal como ocurre en otras partes del mundo. La primera novela de enigma argentina (y latinoamericana) apareció en 1877, escrita con el seudónimo Raúl Waleis por el jurista Luis V. Varela, titulada La huella del crimen y recientemente re-editada por la editorial Adriana Hidalgo. Y desde entonces, el relato negro, en forma de novela o de cuento, se ha mantenido vigente en la Argentina y parece gozar de muy buena salud a juzgar por la enorme camada de jóvenes que viene empujando para ocupar su lugar, con recursos renovados y una batería de audacias de indiscutible valor literario.



Fernando López

Autor de tres libros de cuentos y varias novelas, entre ellas la saga Philip Lecoq, detective, episodios I, II y III (2012/13); Un corazón en la planta del pie (2011, finalista en el concurso Novelas de Película organizado por el Festival Buenos Aires Negra, BAN! 2014); El mejor enemigo, premio Colima, México (4ta. edic. 2010);  Bilis negra (2005);  Odisea del cangrejo, finalista premio Planeta Argentina (1ª. edic. 2005, 2ª. 2014); Áspero cielo (2007) y El enigma del ángel, (1998). Obtuvo el premio Casa de las Américas (Cuba) con su novela Arde aún sobre los años.



lunes, 8 de septiembre de 2014

La loca y el relato del crimen





Por Ricardo Piglia 
     
 I 
      Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo, Almada salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento. 
      Las calles se aquietaban ya; oscuras y lustrosas bajaban con un suave declive y lo hacían avanzar plácidamente, sosteniendo el ala del sombrero cuando el viento del río le tocaba la cara. En ese momento las coperas entraban en el primer turno. A cualquier hora hay hombres buscando una mujer, andan por la ciudad bajo el sol pálido, cruzan furtivamente hacia los dancings que en el atardecer dejan caer sobre la ciudad una música dulce. Almada se sentía perdido, lleno de miedo y de desprecio. Con el desaliento regresaba el recuerdo de Larry: el cuerpo distante de la mujer, blando sobre la banqueta de cuero, las rodillas abiertas, el pelo rojo contra las lámparas celestes del New Deal. Verla de lejos, a pleno día, la piel gastada, las ojeras, vacilando contra la luz malva que bajaba del cielo: altiva, borracha, indiferente, como si él fuera una planta o un bicho. "Poder humillarla una vez", pensó. "Quebrarla en dos para hacerla gemir y entregarse". 
      En la esquina, el local del New Deal era una mancha ocre, corroída, más pervertida aún bajo la neblina de las seis de la tarde. Parado enfrente, retacón, ensimismado, Almada encendió un cigarrillo y levantó la cara como buscando en el aire el perfume maligno de Larry. Se sentía fuerte ahora, capaz de todo, capaz de entrar al cabaret y sacarla de un brazo y cachetearla hasta que obedeciera. "Años que quiero levantar vuelo", pensó de pronto. "Ponerme por mi cuenta en Panamá, Quito, Ecuador". En un costado, tendida en un zaguán, vio el bulto sucio de una mujer que dormía envuelta en trapos. Almada la empujó con un pie. 
      -Che, vos -dijo. 
      La mujer se sentó tanteando el aire y levantó la cara como enceguecida. 
      -¿Cómo te llamás? -dijo él. 
      -¿Quién? 
      -Vos. ¿O no me oís? 
      -Echevarne Angélica Inés -dijo ella, rígida-. Echevarne Angélica Inés, que me dicen Anahí. 
      -¿Y qué hacés acá? 
      -Nada -dijo ella-. ¿Me das plata? 
      -Ahá, ¿querés plata? 
      -La mujer se apretaba contra el cuerpo un viejo sobretodo de varón que la envolvía como una túnica. 
      -Bueno -dijo él-. Si te arrodillás y me besás los pies te doy mil pesos. 
      -¿Eh? 
      -¿Ves? Mirá -dijo Almada agitando el billete entre sus deditos mochos-. Te arrodillás y te lo doy. 
      -Yo soy ella, soy Anahí. La pecadora, la gitana. 
      -¿Escuchaste? -dijo Almada-. ¿O estás borracha? 
      -La macarena, ay macarena, llena de tules -cantó la mujer y empezó a arrodillarse contra los trapos que le cubrían la piel hasta hundir su cara entre las piernas de Almada. Él la miró desde lo alto, majestuoso, un brillo húmedo en sus ojitos de gato. 
      -Ahí tenés. Yo soy Almada -dijo, y le alcanzó el billete-. Comprate perfume. 
      -La pecadora. Reina y madre -dijo ella-. No hubo nunca en todo este país un hombre más hermoso que Juan Bautista Bairoletto, el jinete. 
      Por el tragaluz del dancing se oía sonar un piano débilmente, indeciso. Almada cerró las manos en los bolsillos y enfiló hacia la música, hacia los cortinados color sangre de la entrada. 
      -La macarena, ay macarena -cantaba la loca-. Llena de tules y sedas, la macarena, ay, llena de tules -cantó la loca. 
      Antúnez entró en el pasillo amarillento de la pensión de Viamonte y Reconquista, sosegado, manso ya, agradecido a esa sutil combinación de los hechos de la vida que él llamaba su destino. Hacía una semana que vivía con Larry. Antes se encontraban cada vez que él se demoraba en el New Deal sin elegir o querer admitir que iba por ella; después, en la cama, los dos se usaban con frialdad y eficacia, lentos, perversamente. Antúnez se despertaba pasado el mediodía y bajaba a la calle, olvidado ya del resplandor agrio de la luz en las persianas entornadas. Hasta que al fin una mañana, sin nada que lo hiciera prever, ella se paró desnuda en medio del cuarto y como si hablara sola le pidió que no se fuera. Antúnez se largó a reír: "¿Para qué?", dijo. "¿Quedarme?", dijo él, un hombre pesado, envejecido. "¿Para qué?", le había dicho, pero ya estaba decidido, porque en ese momento empezaba a ser consciente de su inexorable decadencia, de los signos de ese fracaso que él había elegido llamar su destino. Entonces se dejó estar en esa pieza, sin nada que hacer salvo asomarse al balconcito de fierro para mirar la bajada de Viamonte y verla venir, lerda, envuelta en la neblina del amanecer. Se acostumbró al modo que tenía ella de entrar trayendo el cansancio de los hombres que le habían pagado copas y arrimarse, como encandilada, para dejar la plata sobre la mesa de luz. Se acostumbró también al pacto, a la secreta y querida decisión de no hablar del dinero, como si los dos supieran que la mujer pagaba de esa forma el modo que tenía él de protegerla de los miedos que de golpe le daban de morirse o de volverse loca. 
      "Nos queda poco de juego, a ella y a mí", pensó llegando al recodo del pasillo, y en ese momento, antes de abrir la puerta de la pieza supo que la mujer se le había ido y que todo empezaba a perderse. Lo que no pudo imaginar fue que del otro lado encontraría la desdicha y la lástima, los signos de la muerte en los cajones abiertos y los muebles vacíos, en los frascos, perfumes y polvos de Larry tirados por el suelo: la despedida o el adiós escrito con rouge en el espejo del ropero, como un anuncio que hubiera querido dejarle la mujer antes de irse. 
      Vino él vino Almada vino a llevarme sabe todo lo nuestro vino al cabaret y es como un bicho una basura oh dios mío ándate por favor te lo pido salvate vos Juan vino a buscarme esta tarde es una rata olvídame te lo pido olvídame como si nunca hubiera estado en tu vida yo Larry por lo que más quieras no me busques porque él te va a matar. 
      Antúnez leyó las letras temblorosas, dibujadas como una red en su cara reflejada en la luna del espejo. 
       
      II 
      A Emilio Renzi le interesaba la lingüística pero se ganaba la vida haciendo bibliográficas en el diario El Mundo: haber pasado cinco años en la facultad especializándose en la fonología de Trubetzkoi y terminar escribiendo reseñas de media página sobre el desolado panorama literario nacional era sin duda la causa de su melancolía, de ese aspecto concentrado y un poco metafísico que lo acercaba a los personajes de Roberto Arlt. 
      El tipo que hacía policiales estaba enfermo la tarde en que la noticia del asesinato de Larry llegó al diario. El viejo Luna decidió mandar a Renzi a cubrir la información porque pensó que obligarlo a mezclarse en esa historia de putas baratas y cafishios le iba a hacer bien. Habían encontrado a la mujer cosida a puñaladas a la vuelta del New Deal; el único testigo del crimen era una pordiosera medio loca que decía llamarse Angélica Echevarne. Cuando la encontraron acunaba el cadáver como si fuera una muñeca y repetía una historia incomprensible. La policía detuvo esa misma mañana a Juan Antúnez, el tipo que vivía con la copera, y el asunto parecía resuelto. 
      -Trata de ver si podés inventar algo que sirva -le dijo el viejo Luna-. Andate hasta el Departamento que a las seis dejan entrar al periodismo. 
      En el Departamento de Policía Renzi encontró a un solo periodista, un tal Rinaldi, que hacía crímenes en el diario La Prensa. El tipo era alto y tenía la piel esponjosa, como si recién hubiera salido del agua. Los hicieron pasar a una salita pintada de celeste que parecía un cine: cuatro lámparas alumbraban con una luz violenta una especie de escenario de madera. Por allí sacaron a un hombre altivo que se tapaba la cara con las manos esposadas: enseguida el lugar se llenó de fotógrafos que le tomaron instantáneas desde todos los ángulos. El tipo parecía flotar en una niebla y cuando bajó las manos miró a Renzi con ojos suaves. 
      -Yo no he sido -dijo-. Ha sido el gordo Almada, pero a ese lo protegen de arriba. 
      Incómodo, Renzi sintió que el hombre le hablaba sólo a él y le exigía ayuda. 
      -Seguro fue este -dijo Rinaldi cuando se lo llevaron-. Soy capaz de olfatear un criminal a cien metros: todos tienen la misma cara de gato meado, todos dicen que no fueron y hablan como si estuvieran soñando. 
      -Me pareció que decía la verdad. 
      -Siempre parecen decir la verdad. Ahí está la loca. La vieja entró mirando la luz y se movió por la tarima con un leve balanceo, como si caminara atada. En cuanto empezó a oírla, Renzi encendió su grabador. 
      -Yo he visto todo he visto como si me viera el cuerpo todo por dentro los ganglios las entrañas el corazón que pertenece que perteneció y va a pertenecer a Juan Bautista Bairoletto el jinete por ese hombre le estoy diciendo váyase de aquí enemigo mala entraña o no ve que quiere sacarme la piel a lonjas y hacer visos encajes ropa de tul trenzando el pelo de la Anahí gitana la macarena, ay macarena una arrastrada sos no tenés alma y el brillo en esa mano un pedernal tomo ácido te juro si te acercas tomo ácido pecadora loca de envidia porque estoy limpia yo de todo mal soy una santa Echevarne Angélica Inés que me dicen Anahí tenía razón Hitler cuando dijo hay que matar a todos los entrerrianos soy bruja y soy gitana y soy la reina que teje un tul hay que tapar el brillo de esa mano un pedernal, el brillo que la hizo morir por qué te sacás el antifaz mascarita que me vio o no me vio y le habló de ese dinero Madre María Madre María en el zaguán Anahí fue gitana y fue reina y fue amiga de Evita Perón y dónde está el purgatorio si no estuviera en Lanús donde llevaron a la virgen con careta en esa máquina con un moño de tul para taparle la cara que la he tenido blanca por la inocencia. 
      -Parece una parodia de Macbeth -susurró, erudito, Rinaldi-. Se acuerda, ¿no? El cuento contado por un loco que nada significa. 
      -Por un idiota, no por un loco -rectificó Renzi-. Por un idiota. ¿Y quién le dijo que no significa nada? 
      La mujer seguía hablando de cara a la luz. 
      -Por qué me dicen traidora sabe por qué le voy a decir porque a mí me amaba el hombre más hermoso en esta tierra Juan Bautista Bairoletto jinete de poncho inflado en el aire es un globo un globo gordo que nota bajo la luz amarilla no te acerqués si te acercás te digo no me toqués con la espada porque en la luz es donde yo he visto todo he visto como si me viera el cuerpo todo por dentro los ganglios las entrañas el corazón que perteneció que pertenece y que va a pertenecer. 
      -Vuelve a empezar -dijo Rinaldi. 
      -Tal vez está tratando de hacerse entender. 
      -¿Quién? ¿Esa? Pero no ve lo rayada que está -dijo mientras se levantaba de la butaca-. ¿Viene? 
      -No. Me quedo. 
      -Oiga, viejo. ¿No se dio cuenta que repite siempre lo mismo desde que la encontraron? 
      -Por eso -dijo Renzi controlando la cinta del grabador-. Por eso quiero escuchar: porque repite siempre lo mismo. 
      Tres horas más tarde Emilio Renzi desplegaba sobre el sorprendido escritorio del viejo Luna una transcripción literal del monólogo de la loca, subrayado con lápices de distintos colores y cruzado de marcas y de números. 
      -Tengo la prueba de que Antúnez no mató a la mujer. Fue otro, un tipo que él nombró, un tal Almada, el gordo Almada. 
      -¿Qué me contás? -dijo Luna, sarcástico-. Así que Antúnez dice que fue Almada y vos le creés. 
      -No. Es la loca que lo dice; la loca que hace diez horas repite siempre lo mismo sin decir nada. Pero precisamente porque repite lo mismo se la puede entender. Hay una serie de reglas en lingüística, un código que se usa para analizar el lenguaje psicótico. 
      -Decime, pibe -dijo Luna lentamente-. ¿Me estás cargando? 
      -Espere, déjeme hablar un minuto. En un delirio el loco repite, o mejor, está obligado a repetir ciertas estructuras verbales que son fijas, como un molde, ¿se da cuenta?, un molde que va llenando con palabras. Para analizar esa estructura hay treinta y seis categorías verbales que se llaman operadores lógicos. Son como un mapa, usted los pone sobre lo que dicen y se da cuenta que el delirio está ordenado, que repite esas fórmulas. Lo que no entra en ese orden, lo que no se puede clasificar, lo que sobra, el desperdicio, es lo nuevo: es lo que el loco trata de decir a pesar de la compulsión repetitiva. Yo analicé con ese método el delirio de esa mujer. Si usted mira va a ver que ella repite una cantidad de fórmulas, pero hay una serie de frases, de palabras que no se pueden clasificar, que quedan fuera de esa estructura. Yo hice eso y separé esas palabras y ¿qué quedó? -dijo Renzi levantando la cara para mirar al viejo Luna-. ¿Sabe qué queda? Esta frase: El hombre gordo la esperaba en el zaguán y no me vio y le habló de dinero y brilló esa mano que la hizo morir. ¿Se da cuenta? -remató Renzi, triunfal-. El asesino es el gordo Almada. 
      El viejo Luna lo miró impresionado y se inclinó sobre el papel. 
      -¿Ve? -insistió Renzi-. Fíjese que ella va diciendo esas palabras, las subrayadas en rojo, las va diciendo entre los agujeros que se pueden hacer en medio de lo que está obligada a repetir, la historia de Bairoletto, la virgen y todo el delirio. Si se fija en las diferentes versiones va a ver que las únicas palabras que cambian de lugar son esas con las que ella trata de contar lo que vio. 
      -Che, pero qué bárbaro. ¿Eso lo aprendiste en la facultad? 
      -No me joda. 
      -No te jodo, en serio te digo. ¿Y ahora qué vas a hacer con todos estos papeles? ¿La tesis? 
      -¿Cómo qué voy a hacer? Lo vamos a publicar en el diario. 
      El viejo Luna sonrió como si le doliera algo. 
      -Tranquilizate, pibe. ¿O te pensás que este diario se dedica a la lingüística? 
      -Hay que publicarlo, ¿no se da cuenta? Así lo pueden usar los abogados de Antúnez. ¿No ve que ese tipo es inocente? 
      -Oíme, el tipo ese está cocinado, no tiene abogados, es un cafishio, la mató porque a la larga siempre terminan así las locas esas. Me parece fenómeno el jueguito de palabras, pero paramos acá. Hacé una nota de cincuenta líneas contando que a la mina la mataron a puñaladas. 
      -Escuche, señor Luna -lo cortó Renzi-. Ese tipo se va a pasar lo que le queda de vida metido en cana. 
      -Ya sé. Pero yo hace treinta años que estoy metido en este negocio y sé una cosa: no hay que buscarse problemas con la policía. Si ellos te dicen que lo mató la Virgen María, vos escribís que lo mató la Virgen María. 
      -Está bien -dijo Renzi juntando los papeles-. En ese caso voy a mandarle los papeles al juez. 
      -Decime, ¿vos te querés arruinar la vida? ¿Una loca de testigo para salvar a un cafishio? ¿Por qué te querés mezclar? -en la cara le brillaban un dulce sosiego, una calma que nunca le había visto-. Mira, tomate el día franco, andá al cine, hacé lo que quieras, pero no armés lío. Si te enredás con la policía te echo del diario. 
      Renzi se sentó frente a la máquina y puso un papel en blanco. Iba a redactar su renuncia; iba a escribir una carta al juez. Por las ventanas, las luces de la ciudad parecían grietas en la oscuridad. Prendió un cigarrillo y estuvo quieto, pensando en Almada, en Larry, oyendo a la loca que hablaba de Bairoletto. Después bajo la cara y se largó a escribir casi sin pensar, como si alguien le dictara: 
      Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo -empezó a escribir Renzi-, Almada salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento. 

jueves, 31 de julio de 2014

BAN!2014



                                                                 Afiche del BAN 2014

                                                               Escenario del BAN 2014

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sábado, 12 de julio de 2014

Buenos Aires Negra Radioshow



Lunes de 20:00 a 22:00 hs.
Idea y conducción: Ernesto Mallo.
Producción: Laura Bogetto.
Libros: Natu Poblet.
Comic: Thomas Dassance.
Noticias: Rodolfo Palacios.
Ciencia Forense: Laura Santos.
Donde el crimen real se mezcla con el crimen de ficción.
Edición Técnica, Musicalización & Puesta en el Aire: Marcelo Rey.
Voice Talent: Marcelo Lippi.

miércoles, 11 de junio de 2014

La carta robada

Por Edgar Allan Poe

Nil sapientiae odiosius acumine nimio.
Séneca


Me hallaba en París en el otoño de 18... Una noche, después de una tarde ventosa, gozaba del doble placer de la meditación y de una pipa de espuma de mar, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña biblioteca o gabinete de estudios del n.° 33, rue Dunot, au troisième, Faubourg Saint-Germain. Llevábamos más de una hora en profundo silencio, y cualquier observador casual nos hubiera creído exclusiva y profundamente dedicados a estudiar las onduladas capas de humo que llenaban la atmósfera de la sala. Por mi parte, me había entregado a la discusión mental de ciertos tópicos sobre los cuales habíamos departido al comienzo de la velada; me refiero al caso de la rue Morgue y al misterio del asesinato de Marie Rogêt. No dejé de pensar, pues, en una coincidencia, cuando vi abrirse la puerta para dejar paso a nuestro viejo conocido G..., el prefecto de la policía de París.

Lo recibimos cordialmente, pues en aquel hombre había tanto de despreciable como de divertido, y llevábamos varios años sin verlo. Como habíamos estado sentados en la oscuridad, Dupin se levantó para encender una lámpara, pero volvió a su asiento sin hacerlo cuando G... nos hizo saber que venía a consultarnos, o, mejor dicho, a pedir la opinión de mi amigo sobre cierto asunto oficial que lo preocupaba grandemente.

-Si se trata de algo que requiere reflexión -observó Dupin, absteniéndose de dar fuego a la mecha- será mejor examinarlo en la oscuridad.

-He aquí una de sus ideas raras -dijo el prefecto, para quien todo lo que excedía su comprensión era «raro», por lo cual vivía rodeado de una verdadera legión de «rarezas».

-Muy cierto -repuso Dupin, entregando una pipa a nuestro visitante y ofreciéndole un confortable asiento.

-¿Y cuál es la dificultad? -pregunté-. Espero que no sea otro asesinato.

-¡Oh, no, nada de eso! Por cierto que es un asunto muy sencillo y no dudo de que podremos resolverlo perfectamente bien por nuestra cuenta; de todos modos pensé que a Dupin le gustaría conocer los detalles, puesto que es un caso muy raro.

-Sencillo y raro -dijo Dupin.

-Justamente. Pero tampoco es completamente eso. A decir verdad, todos estamos bastante confundidos, ya que la cosa es sencillísima y, sin embargo, nos deja perplejos.

-Quizá lo que los induce a error sea precisamente la sencillez del asunto -observó mi amigo.

-¡Qué absurdos dice usted! -repuso el prefecto, riendo a carcajadas.

-Quizá el misterio es un poco demasiado sencillo -dijo Dupin.

-¡Oh, Dios mío! ¿Cómo se le puede ocurrir semejante idea?

-Un poco demasiado evidente.

-¡Ja, ja! ¡Oh, oh! -reía el prefecto, divertido hasta más no poder-. Dupin, usted acabará por hacerme morir de risa.

-Veamos, ¿de qué se trata? -pregunté.

-Pues bien, voy a decírselo -repuso el prefecto, aspirando profundamente una bocanada de humo e instalándose en un sillón-. Puedo explicarlo en pocas palabras, pero antes debo advertirles que el asunto exige el mayor secreto, pues si se supiera que lo he confiado a otras personas podría costarme mi actual posición.

-Hable usted -dije.

-O no hable -dijo Dupin.

-Está bien. He sido informado personalmente, por alguien que ocupa un altísimo puesto, de que cierto documento de la mayor importancia ha sido robado en las cámaras reales. Se sabe quién es la persona que lo ha robado, pues fue vista cuando se apoderaba de él. También se sabe que el documento continúa en su poder.

-¿Cómo se sabe eso? -preguntó Dupin.

-Se deduce claramente -repuso el prefecto- de la naturaleza del documento y de que no se hayan producido ciertas consecuencias que tendrían lugar inmediatamente después que aquél pasara a otras manos; vale decir, en caso de que fuera empleado en la forma en que el ladrón ha de pretender hacerlo al final.

-Sea un poco más explícito -dije.

-Pues bien, puedo afirmar que dicho papel da a su poseedor cierto poder en cierto lugar donde dicho poder es inmensamente valioso.

El prefecto estaba encantado de su jerga diplomática.

-Pues sigo sin entender nada -dijo Dupin.

-¿No? Veamos: la presentación del documento a una tercera persona que no nombraremos pondría sobre el tapete el honor de un personaje de las más altas esferas y ello da al poseedor del documento un dominio sobre el ilustre personaje cuyo honor y tranquilidad se ven de tal modo amenazados.

-Pero ese dominio -interrumpí- dependerá de que el ladrón supiera que dicho personaje lo conoce como tal. ¿Y quién osaría...?

-El ladrón -dijo G...- es el ministro D..., que se atreve a todo, tanto en lo que es digno como lo que es indigno de un hombre. La forma en que cometió el robo es tan ingeniosa como audaz. El documento en cuestión -una carta, para ser francos- fue recibido por la persona robada mientras se hallaba a solas en el boudoir real. Mientras la leía, se vio repentinamente interrumpida por la entrada de la otra eminente persona, a la cual la primera deseaba ocultar especialmente la carta. Después de una apresurada y vana tentativa de esconderla en un cajón, debió dejarla, abierta como estaba, sobre una mesa. Como el sobrescrito había quedado hacia arriba y no se veía el contenido, la carta podía pasar sin ser vista. Pero en ese momento aparece el ministro D... Sus ojos de lince perciben inmediatamente el papel, reconoce la escritura del sobrescrito, observa la confusión de la persona en cuestión y adivina su secreto. Luego de tratar algunos asuntos en la forma expeditiva que le es usual, extrae una carta parecida a la que nos ocupa, la abre, finge leerla y la coloca luego exactamente al lado de la otra. Vuelve entonces a departir sobre las cuestiones públicas durante un cuarto de hora. Se levanta, finalmente, y, al despedirse, toma la carta que no le pertenece. La persona robada ve la maniobra, pero no se atreve a llamarle la atención en presencia de la tercera, que no se mueve de su lado. El ministro se marcha, dejando sobre la mesa la otra carta sin importancia.

-Pues bien -dijo Dupin, dirigiéndose a mí-, ahí tiene usted lo que se requería para que el dominio del ladrón fuera completo: éste sabe que la persona robada lo conoce como el ladrón.

-En efecto -dijo el prefecto-, y el poder así obtenido ha sido usado en estos últimos meses para fines políticos, hasta un punto sumamente peligroso. La persona robada está cada vez más convencida de la necesidad de recobrar su carta. Pero, claro está, una cosa así no puede hacerse abiertamente. Por fin, arrastrada por la desesperación, dicha persona me ha encargado de la tarea.

-Para la cual -dijo Dupin, envuelto en un perfecto torbellino de humo- no podía haberse deseado, o siquiera imaginado, agente más sagaz.

-Me halaga usted -repuso el prefecto-, pero no es imposible que, en efecto, se tenga de mi tal opinión.

-Como hace usted notar -dije-, es evidente que la carta sigue en posesión del ministro, pues lo que le confiere su poder es dicha posesión y no su empleo. Apenas empleada la carta, el poder cesaría.

Muy cierto -convino G...-. Mis pesquisas se basan en esa convicción. Lo primero que hice fue registrar cuidadosamente la mansión del ministro, aunque la mayor dificultad residía en evitar que llegara a enterarse. Se me ha prevenido que, por sobre todo, debo impedir que sospeche nuestras intenciones, lo cual sería muy peligroso.

-Pero usted tiene todas las facilidades para ese tipo de investigaciones -dije-. No es la primera vez que la policía parisiense las practica.

-¡Oh, naturalmente! Por eso no me preocupé demasiado. Las costumbres del ministro me daban, además, una gran ventaja. Con frecuencia pasa la noche fuera de su casa. Los sirvientes no son muchos y duermen alejados de los aposentos de su amo; como casi todos son napolitanos, es muy fácil inducirlos a beber copiosamente. Bien saben ustedes que poseo llaves con las cuales puedo abrir cualquier habitación de París. Durante estos tres meses no ha pasado una noche sin que me dedicara personalmente a registrar la casa de D... Mi honor está en juego y, para confiarles un gran secreto, la recompensa prometida es enorme. Por eso no abandoné la búsqueda hasta no tener seguridad completa de que el ladrón es más astuto que yo. Estoy seguro de haber mirado en cada rincón posible de la casa donde la carta podría haber sido escondida.

-¿No sería posible -pregunté- que si bien la carta se halla en posesión del ministro, como parece incuestionable, éste la haya escondido en otra parte que en su casa?

-Es muy poco probable -dijo Dupin-. El especial giro de los asuntos actuales en la corte, y especialmente de las intrigas en las cuales se halla envuelto D..., exigen que el documento esté a mano y que pueda ser exhibido en cualquier momento; esto último es tan importante como el hecho mismo de su posesión.

-¿Que el documento pueda ser exhibido? -pregunte.

-Si lo prefiere, que pueda ser destruido -dijo Dupin.

-Pues bien -convine-, el papel tiene entonces que estar en la casa. Supongo que podemos descartar toda idea de que el ministro lo lleve consigo.

-Por supuesto -dijo el prefecto-. He mandado detenerlo dos veces por falsos salteadores de caminos y he visto personalmente cómo le registraban.

-Pudo usted ahorrarse esa molestia -dijo Dupin-. Supongo que D... no es completamente loco y que ha debido prever esos falsos asaltos como una consecuencia lógica.

-No es completamente loco -dijo G...-, pero es un poeta, lo que en mi opinión viene a ser más o menos lo mismo.

-Cierto -dijo Dupin, después de aspirar una profunda bocanada de su pipa de espuma de mar-, aunque, por mi parte, me confieso culpable de algunas malas rimas.

-¿Por qué no nos da detalles de su requisición? -pregunté.

-Pues bien; como disponíamos del tiempo necesario, buscamos en todas partes. Tengo una larga experiencia en estos casos. Revisé íntegramente la mansión, cuarto por cuarto, dedicando las noches de toda una semana a cada aposento. Primero examiné el moblaje. Abrimos todos los cajones; supongo que no ignoran ustedes que, para un agente de policía bien adiestrado, no hay cajón secreto que pueda escapársele. En una búsqueda de esta especie, el hombre que deja sin ver un cajón secreto es un imbécil. ¡Son tan evidentes! En cada mueble hay una cierta masa, un cierto espacio que debe ser explicado. Para eso tenemos reglas muy precisas. No se nos escaparía ni la quincuagésima parte de una línea.

»Terminada la inspección de armarios pasamos a las sillas. Atravesamos los almohadones con esas largas y finas agujas que me han visto ustedes emplear. Levantamos las tablas de las mesas.»

-¿Porqué?

-Con frecuencia, la persona que desea esconder algo levanta la tapa de una mesa o de un mueble similar, hace un orificio en cada una de las patas, esconde el objeto en cuestión y vuelve a poner la tabla en su sitio. Lo mismo suele hacerse en las cabeceras y postes de las camas.

-Pero, ¿no puede localizarse la cavidad por el sonido? -pregunté.

-De ninguna manera si, luego de haberse depositado el objeto, se lo rodea con una capa de algodón. Además, en este caso estábamos forzados a proceder sin hacer ruido.

-Pero es imposible que hayan ustedes revisado y desarmado todos los muebles donde pudo ser escondida la carta en la forma que menciona. Una carta puede ser reducida a un delgadísimo rollo, casi igual en volumen al de una aguja larga de tejer, y en esa forma se la puede insertar, por ejemplo, en el travesaño de una silla. ¿Supongo que no desarmaron todas las sillas?

-Por supuesto que no, pero hicimos algo mejor: examinamos los travesaños de todas las sillas de la casa y las junturas de todos los muebles con ayuda de un poderoso microscopio. Si hubiera habido la menor señal de un reciente cambio, no habríamos dejado de advertirlo instantáneamente. Un simple grano de polvo producido por un barreno nos hubiera saltado a los ojos como si fuera una manzana. La menor diferencia en la encoladura, la más mínima apertura en los ensamblajes, hubiera bastado para orientarnos.

-Supongo que miraron en los espejos, entre los marcos y el cristal, y que examinaron las camas y la ropa de la cama, así como los cortinados y alfombras.

-Naturalmente, y luego que hubimos revisado todo el moblaje en la misma forma minuciosa, pasamos a la casa misma. Dividimos su superficie en compartimentos que numeramos, a fin de que no se nos escapara ninguno; luego escrutamos cada pulgada cuadrada, incluyendo las dos casas adyacentes, siempre ayudados por el microscopio.

-¿Las dos casas adyacentes? -exclamé-. ¡Habrán tenido toda clase de dificultades!

-Sí. Pero la recompensa ofrecida es enorme.

-¿Incluían ustedes el terreno contiguo a las casas?

-Dicho terreno está pavimentado con ladrillos. No nos dio demasiado trabajo comparativamente, pues examinamos el musgo entre los ladrillos y lo encontramos intacto.

-¿Miraron entre los papeles de D..., naturalmente, y en los libros de la biblioteca?

-Claro está. Abrimos todos los paquetes, y no sólo examinamos cada libro, sino que lo hojeamos cuidadosamente, sin conformarnos con una mera sacudida, como suelen hacerlo nuestros oficiales de policía. Medimos asimismo el espesor de cada encuadernación, escrutándola luego de la manera más detallada con el microscopio. Si se hubiera insertado un papel en una de esas encuadernaciones, resultaría imposible que pasara inadvertido. Cinco o seis volúmenes que salían de manos del encuadernador fueron probados longitudinalmente con las agujas.

-¿Exploraron los pisos debajo de las alfombras?

-Sin duda. Levantamos todas las alfombras y examinamos las planchas con el microscopio.

-¿Y el papel de las paredes?

-Lo mismo.

-¿Miraron en los sótanos?

-Miramos.

-Pues entonces -declaré- se ha equivocado usted en sus cálculos y la carta no está en la casa del ministro.

-Me temo que tenga razón -dijo el prefecto-. Pues bien, Dupin, ¿qué me aconseja usted?

-Revisar de nuevo completamente la casa.

-¡Pero es inútil! -replicó G...-. Tan seguro estoy de que respiro como de que la carta no está en la casa.

-No tengo mejor consejo que darle -dijo Dupin-. Supongo que posee usted una descripción precisa de la carta.

-¡Oh, sí!

Luego de extraer una libreta, el prefecto procedió a leernos una minuciosa descripción del aspecto interior de la carta, y especialmente del exterior. Poco después de terminar su lectura se despidió de nosotros, desanimado como jamás lo había visto antes.

Un mes más tarde nos hizo otra visita y nos encontró ocupados casi en la misma forma que la primera vez. Tomó posesión de una pipa y un sillón y se puso a charlar de cosas triviales. Al cabo de un rato le dije:

-Veamos, G..., ¿qué pasó con la carta robada? Supongo que, por lo menos, se habrá convencido de que no es cosa fácil sobrepujar en astucia al ministro.

-¡El diablo se lo lleve! Volví a revisar su casa, como me lo había aconsejado Dupin, pero fue tiempo perdido. Ya lo sabía yo de antemano.

-¿A cuánto dijo usted que ascendía la recompensa ofrecida? -preguntó Dupin.

-Pues... a mucho dinero... muchísimo. No quiero decir exactamente cuánto, pero eso sí, afirmo que estaría dispuesto a firmar un cheque por cincuenta mil francos a cualquiera que me consiguiese esa carta. El asunto va adquiriendo día a día más importancia, y la recompensa ha sido recientemente doblada. Pero, aunque ofrecieran tres voces esa suma, no podría hacer más de lo que he hecho.

-Pues... la verdad... -dijo Dupin, arrastrando las palabras entre bocanadas de humo-, me parece a mí, G..., que usted no ha hecho... todo lo que podía hacerse. ¿No cree que... aún podría hacer algo más, eh?

-¿Cómo? ¿En qué sentido?

-Pues... puf... podría usted... puf, puf... pedir consejo en este asunto... puf, puf, puf... ¿Se acuerda de la historia que cuentan de Abernethy?

-No. ¡Al diablo con Abernethy!

-De acuerdo. ¡Al diablo, pero bienvenido! Érase una vez cierto avaro que tuvo la idea de obtener gratis el consejo médico de Abernethy. Aprovechó una reunión y una conversación corrientes para explicar un caso personal como si se tratara del de otra persona. «Supongamos que los síntomas del enfermo son tales y cuales -dijo-. Ahora bien, doctor: ¿qué le aconsejaría usted hacer?» «Lo que yo le aconsejaría -repuso Abernethy- es que consultara a un médico.»

-¡Vamos! -exclamó el prefecto, bastante desconcertado-. Estoy plenamente dispuesto a pedir consejo y a pagar por él. De verdad, daría cincuenta mil francos a quienquiera me ayudara en este asunto.

-En ese caso -replicó Dupin, abriendo un cajón y sacando una libreta de cheques-, bien puede usted llenarme un cheque por la suma mencionada. Cuando lo haya firmado le entregaré la carta.

Me quedé estupefacto. En cuanto al prefecto, parecía fulminado. Durante algunos minutos fue incapaz de hablar y de moverse, mientras contemplaba a mi amigo con ojos que parecían salírsele de las órbitas y con la boca abierta. Recobrándose un tanto, tomó una pluma y, después de varias pausas y abstraídas contemplaciones, llenó y firmó un cheque por cincuenta mil francos, extendiéndolo por encima de la mesa a Dupin. Éste lo examinó cuidadosamente y lo guardo en su cartera; luego, abriendo un escritorio, sacó una carta y la entregó al prefecto. Nuestro funcionario la tomó en una convulsión de alegría, la abrió con manos trémulas, lanzó una ojeada a su contenido y luego, lanzándose vacilante hacia la puerta, desapareció bruscamente del cuarto y de la casa, sin haber pronunciado una sílaba desde el momento en que Dupin le pidió que llenara el cheque.

Una vez que se hubo marchado, mi amigo consintió en darme algunas explicaciones.

-La policía parisiense es sumamente hábil a su manera -dijo-. Es perseverante, ingeniosa, astuta y muy versada en los conocimientos que sus deberes exigen. Así, cuando G... nos explicó su manera de registrar la mansión de D..., tuve plena confianza en que había cumplido una investigación satisfactoria, hasta donde podía alcanzar.

-¿Hasta donde podía alcanzar? -repetí.

-Sí -dijo Dupin-. Las medidas adoptadas no solamente eran las mejores en su género, sino que habían sido llevadas a la más absoluta perfección. Si la carta hubiera estado dentro del ámbito de su búsqueda, no cabe la menor duda de que los policías la hubieran encontrado.

Me eché a reír, pero Dupin parecía hablar muy en serio.

-Las medidas -continuó- eran excelentes en su género, y fueron bien ejecutadas; su defecto residía en que eran inaplicables al caso y al hombre en cuestión. Una cierta cantidad de recursos altamente ingeniosos constituyen para el prefecto una especie de lecho de Procusto, en el cual quiere meter a la fuerza sus designios. Continuamente se equivoca por ser demasiado profundo o demasiado superficial para el caso, y más de un colegial razonaría mejor que él. Conocí a uno que tenía ocho años y cuyos triunfos en el juego de «par e impar» atraían la admiración general. El juego es muy sencillo y se juega con bolitas. Uno de los contendientes oculta en la mano cierta cantidad de bolitas y pregunta al otro: «¿Par o impar?» Si éste adivina correctamente, gana una bolita; si se equivoca, pierde una. El niño de quien hablo ganaba todas las bolitas de la escuela. Naturalmente, tenía un método de adivinación que consistía en la simple observación y en el cálculo de la astucia de sus adversarios. Supongamos que uno de éstos sea un perfecto tonto y que, levantando la mano cerrada, le pregunta: «¿Par o impar?» Nuestro colegial responde: «Impar», y pierde, pero a la segunda vez gana, por cuanto se ha dicho a sí mismo: «El tonto tenía pares la primera vez, y su astucia no va más allá de preparar impares para la segunda vez. Por lo tanto, diré impar.» Lo dice, y gana. Ahora bien, si le toca jugar con un tonto ligeramente superior al anterior, razonará en la siguiente forma: «Este muchacho sabe que la primera vez elegí impar, y en la segunda se le ocurrirá como primer impulso pasar de par a impar, pero entonces un nuevo impulso le sugerirá que la variación es demasiado sencilla, y finalmente se decidirá a poner bolitas pares como la primera vez. Por lo tanto, diré pares.» Así lo hace, y gana. Ahora bien, esta manera de razonar del colegial, a quien sus camaradas llaman «afortunado», ¿en qué consiste si se la analiza con cuidado?

-Consiste -repuse- en la identificación del intelecto del razonador con el de su oponente.

-Exactamente -dijo Dupin-. Cuando pregunté al muchacho de qué manera lograba esa total identificación en la cual residían sus triunfos, me contestó: «Si quiero averiguar si alguien es inteligente, o estúpido, o bueno, o malo, y saber cuáles son sus pensamientos en ese momento, adapto lo más posible la expresión de mi cara a la de la suya, y luego espero hasta ver qué pensamientos o sentimientos surgen en mi mente o en mi corazón, coincidentes con la expresión de mi cara.» Esta respuesta del colegial está en la base de toda la falsa profundidad atribuida a La Rochefoucauld, La Bruyère, Maquiavelo y Campanella.

-Si comprendo bien -dije- la identificación del intelecto del razonador con el de su oponente depende de la precisión con que se mida la inteligencia de este último.

-Depende de ello para sus resultados prácticos -replicó Dupin-, y el prefecto y sus cohortes fracasan con tanta frecuencia, primero por no lograr dicha identificación y segundo por medir mal -o, mejor dicho, por no medir- el intelecto con el cual se miden. Sólo tienen en cuenta sus propias ideas ingeniosas y, al buscar alguna cosa oculta, se fijan solamente en los métodos que ellos hubieran empleado para ocultarla. Tienen mucha razón en la medida en que su propio ingenio es fiel representante del de la masa; pero, cuando la astucia del malhechor posee un carácter distinto de la suya, aquél los derrota, como es natural. Esto ocurre siempre cuando se trata de una astucia superior a la suya y, muy frecuentemente, cuando está por debajo. Los policías no admiten variación de principio en sus investigaciones; a lo sumo, si se ven apurados por algún caso insólito, o movidos por una recompensa extraordinaria, extienden o exageran sus viejas modalidades rutinarias, pero sin tocar los principios. Por ejemplo, en este asunto de D..., ¿qué se ha hecho para modificar el principio de acción? ¿Qué son esas perforaciones, esos escrutinios con el microscopio, esa división de la superficie del edificio en pulgadas cuadradas numeradas? ¿Qué representan sino la aplicación exagerada del principio o la serie de principios que rigen una búsqueda, y que se basan a su vez en una serie de nociones sobre el ingenio humano, a las cuales se ha acostumbrado el prefecto en la prolongada rutina de su tarea? ¿No ha advertido que G... da por sentado que todo hombre esconde una carta, si no exactamente en un agujero practicado en la pata de una silla, por lo menos en algún agujero o rincón sugerido por la misma línea de pensamiento que inspira la idea de esconderla en un agujero hecho en la pata de una silla? Observe asimismo que esos escondrijos rebuscados sólo se utilizan en ocasiones ordinarias, y sólo serán elegidos por inteligencias igualmente ordinarias; vale decir que en todos los casos de ocultamiento cabe presumir, en primer término, que se lo ha efectuado dentro de esas líneas; por lo tanto, su descubrimiento no depende en absoluto de la perspicacia, sino del cuidado, la paciencia y la obstinación de los buscadores; y si el caso es de importancia (o la recompensa magnifica, lo cual equivale a la misma cosa a los ojos de los policías), las cualidades aludidas no fracasan jamás. Comprenderá usted ahora lo que quiero decir cuando sostengo que si la carta robada hubiese estado escondida en cualquier parte dentro de los límites de la perquisición del prefecto (en otras palabras, si el principio rector de su ocultamiento hubiera estado comprendido dentro de los principios del prefecto) hubiera sido descubierta sin la más mínima duda. Pero nuestro funcionario ha sido mistificado por completo, y la remota fuente de su derrota yace en su suposición de que el ministro es un loco porque ha logrado renombre como poeta. Todos los locos son poetas en el pensamiento del prefecto, de donde cabe considerarlo culpable de un non distributio medii por inferir de lo anterior que todos los poetas son locos.

-¿Pero se trata realmente del poeta? -pregunté-. Sé que D... tiene un hermano, y que ambos han logrado reputación en el campo de las letras. Creo que el ministro ha escrito una obra notable sobre el cálculo diferencial. Es un matemático y no un poeta.

-Se equivoca usted. Lo conozco bien, y sé que es ambas cosas. Como poeta y matemático es capaz de razonar bien, en tanto que como mero matemático hubiera sido capaz de hacerlo y habría quedado a merced del prefecto.

-Me sorprenden esas opiniones -dije-, que el consenso universal contradice. Supongo que no pretende usted aniquilar nociones que tienen siglos de existencia sancionada. La razón matemática fue considerada siempre como la razón por excelencia.

-Il y a à parier -replicó Dupin, citando a Chamfort- que toute idée publique, toute convention reçue est une sottise, car elle a convenu au plus grand nombre. Le aseguro que los matemáticos han sido los primeros en difundir el error popular al cual alude usted, y que no por difundido deja de ser un error. Con arte digno de mejor causa han introducido, por ejemplo, el término «análisis» en las operaciones algebraicas. Los franceses son los causantes de este engaño, pero si un término tiene alguna importancia, si las palabras derivan su valor de su aplicación, entonces concedo que «análisis» abarca «álgebra», tanto como en latín ambitus implica «ambición»; religio, «religión», u homines honesti, la clase de las gentes honorables.

-Me temo que se malquiste usted con algunos de los algebristas de París. Pero continúe.

-Niego la validez y, por tanto, los resultados de una razón cultivada por cualquier procedimiento especial que no sea el lógico abstracto. Niego, en particular, la razón extraída del estudio matemático. Las matemáticas constituyen la ciencia de la forma y la cantidad; el razonamiento matemático es simplemente la lógica aplicada a la observación de la forma y la cantidad. El gran error está en suponer que incluso las verdades de lo que se denomina álgebra pura constituyen verdades abstractas o generales. Y este error es tan enorme que me asombra se lo haya aceptado universalmente. Los axiomas matemáticos no son axiomas de validez general. Lo que es cierto de la relación (de la forma y la cantidad) resulta con frecuencia erróneo aplicado, por ejemplo, a la moral. En esta última ciencia suele no ser cierto que el todo sea igual a la suma de las partes. También en química este axioma no se cumple. En la consideración de los móviles falla igualmente, pues dos móviles de un valor dado no alcanzan necesariamente al sumarse un valor equivalente a la suma de sus valores. Hay muchas otras verdades matemáticas que sólo son tales dentro de los límites de la relación. Pero el matemático, llevado por el hábito, arguye, basándose en sus verdades finitas, como si tuvieran una aplicación general, cosa que por lo demás la gente acepta y cree. En su erudita Mitología, Bryant alude a una análoga fuente de error cuando señala que, «aunque no se cree en las fábulas paganas, solemos olvidarnos de ello y extraemos consecuencias como si fueran realidades existentes». Pero, para los algebristas, que son realmente paganos, las «fábulas paganas» constituyen materia de credulidad, y las inferencias que de ellas extraen no nacen de un descuido de la memoria sino de un inexplicable reblandecimiento mental. Para resumir: jamás he encontrado a un matemático en quien se pudiera confiar fuera de sus raíces y sus ecuaciones, o que no tuviera por artículo de fe que x2+px es absoluta e incondicionalmente igual a q. Por vía de experimento, diga a uno de esos caballeros que, en su opinión, podrían darse casos en que x2+px no fuera absolutamente igual a q; pero, una vez que le haya hecho comprender lo que quiere decir, sálgase de su camino lo antes posible, porque es seguro que tratará de golpearlo.

»Lo que busco indicar -agregó Dupin, mientras yo reía de sus últimas observaciones- es que, si el ministro hubiera sido sólo un matemático, el prefecto no se habría visto en la necesidad de extenderme este cheque. Pero sé que es tanto matemático como poeta, y mis medidas se han adaptado a sus capacidades, teniendo en cuenta las circunstancias que lo rodeaban. Sabía que es un cortesano y un audaz intrigant. Pensé que un hombre semejante no dejaría de estar al tanto de los métodos policiales ordinarios. Imposible que no anticipara (y los hechos lo han probado así) los falsos asaltos a que fue sometido. Reflexioné que igualmente habría previsto las pesquisiciones secretas en su casa. Sus frecuentes ausencias nocturnas, que el prefecto consideraba una excelente ayuda para su triunfo, me parecieron simplemente astucias destinadas a brindar oportunidades a la perquisición y convencer lo antes posible a la policía de que la carta no se hallaba en la casa, como G... terminó finalmente por creer. Me pareció asimismo que toda la serie de pensamientos que con algún trabajo acabo de exponerle y que se refieren al principio invariable de la acción policial en sus búsquedas de objetos ocultos, no podía dejar de ocurrírsele al ministro. Ello debía conducirlo inflexiblemente a desdeñar todos los escondrijos vulgares. Reflexioné que ese hombre no podía ser tan simple como para no comprender que el rincón más remoto e inaccesible de su morada estaría tan abierto como el más vulgar de los armarios a los ojos, las sondas, los barrenos y los microscopios del prefecto. Vi, por último, que D... terminaría necesariamente en la simplicidad, si es que no la adoptaba por una cuestión de gusto personal. Quizá recuerde usted con qué ganas rió el prefecto cuando, en nuestra primera entrevista, sugerí que acaso el misterio lo perturbaba por su absoluta evidencia.

-Me acuerdo muy bien -respondí-. Por un momento pensé que iban a darle convulsiones.

-El mundo material -continuó Dupin- abunda en estrictas analogías con el inmaterial, y ello tiñe de verdad el dogma retórico según el cual la metáfora o el símil sirven tanto para reforzar un argumento como para embellecer una descripción. El principio de la vis inertiæ, por ejemplo, parece idéntico en la física y en la metafísica. Si en la primera es cierto que resulta más difícil poner en movimiento un cuerpo grande que uno pequeño, y que el impulso o cantidad de movimiento subsecuente se hallará en relación con la dificultad, no menos cierto es en metafísica que los intelectos de máxima capacidad, aunque más vigorosos, constantes y eficaces en sus avances que los de grado inferior, son más lentos en iniciar dicho avance y se muestran más embarazados y vacilantes en los primeros pasos. Otra cosa: ¿Ha observado usted alguna vez, entre las muestras de las tiendas, cuáles atraen la atención en mayor grado?

-Jamás se me ocurrió pensarlo -dije.

-Hay un juego de adivinación -continuó Dupin- que se juega con un mapa. Uno de los participantes pide al otro que encuentre una palabra dada: el nombre de una ciudad, un río, un Estado o un imperio; en suma, cualquier palabra que figure en la abigarrada y complicada superficie del mapa. Por lo regular, un novato en el juego busca confundir a su oponente proponiéndole los nombres escritos con los caracteres más pequeños, mientras que el buen jugador escogerá aquellos que se extienden con grandes letras de una parte a otra del mapa. Estos últimos, al igual que las muestras y carteles excesivamente grandes, escapan a la atención a fuerza de ser evidentes, y en esto la desatención ocular resulta análoga al descuido que lleva al intelecto a no tomar en cuenta consideraciones excesivas y palpablemente evidentes. De todos modos, es éste un asunto que se halla por encima o por debajo del entendimiento del prefecto. Jamás se le ocurrió como probable o posible que el ministro hubiera dejado la carta delante de las narices del mundo entero, a fin de impedir mejor que una parte de ese mundo pudiera verla.

»Cuanto más pensaba en el audaz, decidido y característico ingenio de D..., en que el documento debía hallarse siempre a mano si pretendía servirse de él para sus fines, y en la absoluta seguridad proporcionada por el prefecto de que el documento no se hallaba oculto dentro de los límites de las búsquedas ordinarias de dicho funcionario, más seguro me sentía de que, para esconder la carta, el ministro había acudido al más amplio y sagaz de los expedientes: el no ocultarla.

»Compenetrado de estas ideas, me puse un par de anteojos verdes, y una hermosa mañana acudí como por casualidad a la mansión ministerial. Hallé a D... en casa, bostezando, paseándose sin hacer nada y pretendiendo hallarse en el colmo del ennui. Probablemente se trataba del más activo y enérgico de los seres vivientes, pero eso tan sólo cuando nadie lo ve.

»Para no ser menos, me quejé del mal estado de mi vista y de la necesidad de usar anteojos, bajo cuya protección pude observar cautelosa pero detalladamente el aposento, mientras en apariencia seguía con toda atención las palabras de mi huésped.

»Dediqué especial cuidado a una gran mesa-escritorio junto a la cual se sentaba D..., y en la que aparecían mezcladas algunas cartas y papeles, juntamente con un par de instrumentos musicales y unos pocos libros. Pero, después de un prolongado y atento escrutinio, no vi nada que procurara mis sospechas.

»Dando la vuelta al aposento, mis ojos cayeron por fin sobre un insignificante tarjetero de cartón recortado que colgaba, sujeto por una sucia cinta azul, de una pequeña perilla de bronce en mitad de la repisa de la chimenea. En este tarjetero, que estaba dividido en tres o cuatro compartimentos, vi cinco o seis tarjetas de visitantes y una sola carta. Esta última parecía muy arrugada y manchada. Estaba rota casi por la mitad, como si a una primera intención de destruirla por inútil hubiera sucedido otra. Ostentaba un gran sello negro, con el monograma de D... muy visible, y el sobrescrito, dirigido al mismo ministro revelaba una letra menuda y femenina. La carta había sido arrojada con descuido, casi se diría que desdeñosamente, en uno de los compartimentos superiores del tarjetero.

»Tan pronto hube visto dicha carta, me di cuenta de que era la que buscaba. Por cierto que su apariencia difería completamente de la minuciosa descripción que nos había leído el prefecto. En este caso el sello era grande y negro, con el monograma de D...; en el otro, era pequeño y rojo, con las armas ducales de la familia S... El sobrescrito de la presente carta mostraba una letra menuda y femenina, mientras que el otro, dirigido a cierta persona real, había sido trazado con caracteres firmes y decididos. Sólo el tamaño mostraba analogía. Pero, en cambio, lo radical de unas diferencias que resultaban excesivas; la suciedad, el papel arrugado y roto en parte, tan inconciliables con los verdaderos hábitos metódicos de D..., y tan sugestivos de la intención de engañar sobre el verdadero valor del documento, todo ello, digo sumado a la ubicación de la carta, insolentemente colocada bajo los ojos de cualquier visitante, y coincidente, por tanto, con las conclusiones a las que ya había arribado, corroboraron decididamente las sospechas de alguien que había ido allá con intenciones de sospechar.

»Prolongué lo más posible mi visita y, mientras discutía animadamente con el ministro acerca de un tema que jamás ha dejado de interesarle y apasionarlo, mantuve mi atención clavada en la carta. Confiaba así a mi memoria los detalles de su apariencia exterior y de su colocación en el tarjetero; pero terminé además por descubrir algo que disipó las últimas dudas que podía haber abrigado. Al mirar atentamente los bordes del papel, noté que estaban más ajados de lo necesario. Presentaban el aspecto típico de todo papel grueso que ha sido doblado y aplastado con una plegadera, y que luego es vuelto en sentido contrario, usando los mismos pliegues formados la primera vez. Este descubrimiento me bastó. Era evidente que la carta había sido dada vuelta como un guante, a fin de ponerle un nuevo sobrescrito y un nuevo sello. Me despedí del ministro y me marché en seguida, dejando sobre la mesa una tabaquera de oro.

»A la mañana siguiente volví en busca de la tabaquera, y reanudamos placenteramente la conversación del día anterior. Pero, mientras departíamos, oyóse justo debajo de las ventanas un disparo como de pistola, seguido por una serie de gritos espantosos y las voces de una multitud aterrorizada. D... corrió a una ventana, la abrió de par en par y miró hacia afuera. Por mi parte, me acerqué al tarjetero, saqué la carta, guardándola en el bolsillo, y la reemplacé por un facsímil (por lo menos en el aspecto exterior) que había preparado cuidadosamente en casa, imitando el monograma de D... con ayuda de un sello de miga de pan.

»La causa del alboroto callejero había sido la extravagante conducta de un hombre armado de un fusil, quien acababa de disparar el arma contra un grupo de mujeres y niños. Comprobóse, sin embargo, que el arma no estaba cargada, y los presentes dejaron en libertad al individuo considerándolo borracho o loco. Apenas se hubo alejado, D... se apartó de la ventana, donde me le había reunido inmediatamente después de apoderarme de la carta. Momentos después me despedí de él. Por cierto que el pretendido lunático había sido pagado por mí.»

-¿Pero qué intención tenía usted -pregunté- al reemplazar la carta por un facsímil? ¿No hubiera sido preferible apoderarse abiertamente de ella en su primera visita, y abandonar la casa?

-D... es un hombre resuelto a todo y lleno de coraje -repuso Dupin-. En su casa no faltan servidores devotos a su causa. Si me hubiera atrevido a lo que usted sugiere, jamás habría salido de allí con vida. El buen pueblo de París no hubiese oído hablar nunca más de mí. Pero, además, llevaba una segunda intención. Bien conoce usted mis preferencias políticas. En este asunto he actuado como partidario de la dama en cuestión. Durante dieciocho meses, el ministro la tuvo a su merced. Ahora es ella quien lo tiene a él, pues, ignorante de que la carta no se halla ya en su posesión, D... continuará presionando como si la tuviera. Esto lo llevará inevitablemente a la ruina política. Su caída, además, será tan precipitada como ridícula. Está muy bien hablar del facilis descensus Averni; pero, en materia de ascensiones, cabe decir lo que la Catalani decía del canto, o sea, que es mucho más fácil subir que bajar. En el presente caso no tengo simpatía -o, por lo menos, compasión- hacia el que baja. D... es el monstrum horrendum, el hombre de genio carente de principios. Confieso, sin embargo, que me gustaría conocer sus pensamientos cuando, al recibir el desafío de aquélla a quien el prefecto llama «cierta persona», se vea forzado a abrir la carta que le dejé en el tarjetero.

-¿Cómo? ¿Escribió usted algo en ella?

-¡Vamos, no me pareció bien dejar el interior en blanco!

Hubiera sido insultante. Cierta vez, en Viena, D... me jugó una mala pasada, y sin perder el buen humor le dije que no la olvidaría. De modo que, como no dudo de que sentirá cierta curiosidad por saber quién se ha mostrado más ingenioso que él, pensé que era una lástima no dejarle un indicio. Como conoce muy bien mi letra, me limité a copiar en mitad de la página estas palabras:

...Un dessein si funeste, S’il n’est digne d’Atrée, est digne de Thyeste.

»Las hallará usted en el Atrée de Crébillon.»

FIN